sábado, marzo 27, 2010

79 - No me quiero divorciar (ii)


Parte I aquí.


La posible ex señora Reinsfeld fue la primera en echarse atrás.
- Espere un momento.

Danae la miró ojiplática pero reaccionó como la profesional que creía ser.
- No estás siendo razonable, Jonás. Jamás conseguirás que ningún juez apruebe este contrato. No pasaría ningún control sanitario. Higiene femenina.

Jonás abrió una maleta sobre la mesa, llena de juguetes reluciente.
- Bienvenidas al s.XXI. Diseñadas por mujeres, para mujeres, teniendo en cuenta todas las necesidades de higiene y seguridad. Ligero, discreto y cómodo. Lea sobre los productos, por favor.

Le tendió un tríptico explicativo con fotografías a todo color. La Sra. Reinsfeld lo cogió con asco.
- Esto es completamente rídículo, - gritó Danae, pero su clienta le clavó la mirada.
- Si nos vamos, no habrá ocasión de volver.
- El Sr. Reinsfeld comprende que su esposa requerirá de distracciones para mantenerse ocupada y debería recibir mensualmente 35.000€ en lugar de la cantidad actual, - añadió Jonás.

La cara de Danae se torció en un gesto de rabia.
- No se trata del dinero -. Su clienta le hizo un gesto para que callara. Un pisotón para ser concretos. Danae pudo leer lo que estaba pensando, alto y claro. El Sr. Reinsfeld iba a cerrarle la entrepierna con llave, pero tarde o temprano volvería a abrirla. Tiene cerca de noventa años. Ella podría quejarse, lloriquear y darle la lata hasta que claudicara. Esperaba salir del cinturón de castidad en menos de un mes y, en menos de un año, haberse ganado su confianza de nuevo y poder volver a hacer su vida, al margen de su matrimonio.

- Un 15% de sus propiedades, si le pasase algo, dios no lo quiera, al Sr. Reinsfeld y se queda una copia de la llave en mi oficina en caso de emergencia.
- 10% y no hay llave, - contestó Jonás.

Danae se atragantó.
- Estamos negociando sobre el cuerpo de una mujer.
- 10% entonces o pueden disfrutar la puerta. Tiene unos treinta años, puede dar otro braguetazo si consigue ahorrar lo suficiente para cirugías.

Danae apeló al marido.
- Está realmente arrepentida de lo que pasó y más que ansiosa de compensárselo. 15% y usted tendrá una esposa muy, muy atenta y muy, muy cariñosa durante el resto de, dios quiera, su larga vida.
- El cinturón se pone ahora como muestra de buena fe, - dijo Jonás - y el resto del contrato estará listo a final del día.
- Trato hecho.- Miró la maleta con curiosidad. - ¿Viene con instrucciones?
- Es bastante sencillo. Es cuestión de poner las cosas donde parece que van. Estaré aquí si tienen algún problema o pregunta.

Las dos se llevaron el aparejo a una esquina discreta con un biombo. El tamaño del aparato era considerable. Tenía un plug con forma de pene y una cubierta que cubría toda la zona genital, clítoris incluido, con sólo una pequeña obertura para orinar. Tuvieron dudas respecto al plug anal, pero probablemente el tener que poner y quitar cada vez que quisiera ir al baño sólo haría que se cansara antes del invento.

- Bien, estamos listas, - anunció Danae, volviendo y clavando los ojos en otra maleta. - ¿Eso qué es?

Jonás negó. Reinsfeld estaba inmutbale. - Es su nueva mordaza. Dado que la Sra. Reinsfeld parece aficionada a dar placer oral a sus visitas, el Sr. Reinsfeld necesita estar seguro de que su boca y sus manos están bajo control.
- ¿Manos?

Abrió del todo la maleta, donde vieron un corsé con sujeción para los brazos.
- El corsé garantiza que Nora mantenga una línea perfecta y bella. Está diseñado para poder llevarlo durante largos periodos de tiempo. El Sr. Reinsfeld proveerá para que todas sus necesidades estén cubiertas.

Dejó el corsé sobre la mesa y giró su silla, una vez más.

La Sra. Reinsfeld tardó un rato en conseguir ponerse el corsé pero admitió que a pesar de ser muy apretado, era muy cómodo. Sus nuevas curvas relucían bajo el vestido.
- ¿Y los brazos se sujetan detrás?

Jonás asintió y observó a Danae deslizar los brazos de la Sra Reinsfeld dentro de una larga manga que los unía en uno, imposibilitándole el movimiento. Cuando cogió la mordaza, le sonrió dulcemente al Sr. Reinsfeld antes de abrir la boca para encajarla. También tenía forma fálica, larga y ancha, pero ella la encajó como la profesional que era.

- Bien, todo en su sitio, ¿y ahora cómo le damos la llave?

Jonás cruzó la habitación hasta ellas y pidió un momento. Colocó la mano tras la cabeza de la Sra. Reinsfeld, apretó el centro de la mordaza y mantuvo la presión. Contó silenciosamente hasta veint, hasta sentir una pequeña vibración bajo los dedos que le indicaban que en diez segundos el sistema estaría activo. Contó hasta once. Entonces fue cuando ella se retorció de dolor y él retiró la mano.
- El sistema está bloqueado.

domingo, marzo 21, 2010

Como decíamos ayer...

... el arte bizantino y la historia medieval me tienen entretenida, entre fotografía y fotografía.


Vuelvo en algo más de un día.


domingo, marzo 07, 2010

#79 - No quiero divorciarme


Su cara era un cuadro de arrepentimiento, alguna lágrima fugaz recorriéndole las mejillas, la mirada gacha, la pose contenida. Las rodillas juntas, las manos en el regazo, la mirada de niña arrepentida por haber roto un plato. Lo malo era que ella sabía que había roto toda la vajilla.


Su marido, el Sr. Reinsfeld, debía rondar los ochenta años cuando se casaron. Un flechazo, dijeron en las columnas de sociedad. Ella, modelo de profesión, ya entrando en la edad en que las jovencitas toman el relevo, incluso existiendo la cirujía estética. La moda de utilizar a actrices famosas como modelos parte también de su caída, en picado, desde las pasarelas de París hasta la caza del marido rico. El primer intento de marido rico fue fallido. Cometió el error de pensar que, realmente, dejaría a su mujer para casarse con ella. Con el segundo no cometió ese error. Lo buscó viudo. No tardó mucho en convencerle de que sus largas pestañas, sus interminables piernas y sus gruesos labios sólo existían para él y, en la primavera del 2040 se casaron con gran revuelo y cobertura de los medios. Las cosas han de ser recíprocas, así que él sólo debía existir para ella, todo él para ella. Él venía en un pack, con gran casa en la playa, grandes coches, grandes tarjetas platinum con grandes límites de gasto.

Aunque su amor era para siempre, por supuesto, sus abogados no le permitirían casarse sin unc contrato prenupcial adecuado. Ella debía comprenderlo. Se le asignaba un sueldo mensual de 20.000€, derechos de herencia en caso de su fallecimiento, pero todo esto se le negaba en caso de divorcio. Pero no era importante porque su amor era para siempre y eso no iba a pasar. También debía mantenerse fiel. Cualquier infidelidad invalidaría sus derechos sobre las propiedades de él.

Por eso hoy su abogado estaba aquí. Y él de ella. Y ellos dos. La razón había sido el chico que venía a limpiar la piscina. Jovencito, bronceado, y quien accidentalmente se dejó caer sobre o dentro de ella con tan mala planificación que coincidió con una mañana en que su marido decidió volver pronto para sorprender a su querida esposa. Se sorprendieron mutuamente.

Jonás sabí que el contrato estaba blindado. Lo había escrito él mismo. Tampoco se tragaba absolutamente nada de la pose de la Sra. Reinsfeld. Dejó de creer en las niñas arrepentidas en algún momento de preescolar, cuando descubrió de qué iba realmente la cosa. La cosa iba de ellas queriendo dominarlos a todos a base de pucheritos y chantajitos emocionales. El Sr. Reinsfeld sería un viejo verde y estúpido por dejarse convencer por una ramera tan obvia, pero él no es lo iba a poner más fácil.

Danae era otra cosa. Ella había aprendido derecho con él. Había sido su becaria y, después, otras cosas. Había subido alto y rápido aunque, claro, los trucos sucios del oficio venían de él. No debería ser complicado controlarla.

Reinsfeld no miraba a su señora, o futura ex-señora. Eso se lo recomendó Jonás.
- No la mire ni por un instante. Usará todas sus armas para convencerle de que lo siente. Usted recordará la criatura bella y frágil que amó. Olvidará la criatura que le traicionó. No la mire, es como la Medusa Gorgona. Le convertirá en piedra y jamás podrá escapar.

Ella buscaba sus ojos como un cachorro abandonado. Él no la miró ni un instante pero se estaba derritiendo de todas formas. Su actuación fue absolutmente convincente. Sus llantos, respiraciones entrecortadas por la emoción, por la culpa, estaban medidas con compás para introducirse entre las súplicas de perdón. Su voz parecía surgir de lo más profundo de su corazón, sus ojos verdes, verdes como un lago en el que perderse, brillaban con la posibilidad de redención. Jonás la observaba con estoicismo o, quizá, con absoluto desinterés. Estaba jugando al chantaje emocional, la niña descarriada que ha hecho algo malo, pero no demasiado importante, y que volverá al redil si la perdonas y nunca, nunca, nunca más te hará enfadar y será tuya para siempre. Una actuación estupenda, la mejor que Jonás había visto. Era buena, era más que buena, era la mejor. Le hacía falta, se jugaba millones.

Y él se derretía. Jonás decidió darle movimiento al asunto.
- Estupendo. Por favor, firme esto.
- Por supuesto, - dijo ella, cogiendo los papels.

Danae, su abogada, es lanzó sobre ellos como una fiera. Poli bueno, poli malo. Un clásico. Probablemente su idea era aguantar hasta que Reinsfeld no soportara más las lágrimas de su mujercita y volviera como un perrito faldero a sus brazos, renunciando al contrato pre-matrimonial o permitiendo negociarlo. Danae devoró el documento.
- ¿Qué es esto de aparatos de castidad?

La señora Reinsfeld se salió de personaje.
- ¿Castidad?
- No es negociable, - cortó, tajante, Jonás -. El Sr. Reinsfeld ha de estar seguro de que la Sra. Reinsfeld le será fiel.
- Inaceptable. Esto es una petición machista y bárbara. Llámennos cuando estén dispuestos a vivir en el s.XXI.
- Que tengan buen día. Hasta luego señoras.

... continuaré escribiendo mañana...

viernes, marzo 05, 2010

#76 - 4 Mi buen nombre

Parte 1 aquí
Parte 2 aquí
Parte 3, en algún otro lado

La mordaza hacía que baba le cayera por las comisuras de los labios, resbalándole por la barbilla, mientras ella le afeitaba. Sus quejas eran balbuceos incomprensibles. Como respuesta a sus palabras incomprensibles, incomprensiblemente, ella empezó a masajearle los huevos. Se le puso dura.

- Así que soy buena peluquera, - dijo, mientras apagana la maquinilla. Él echó la vista abajo. Liso como un niño, su polla, quizá con pensamiento propio, erguida con orgullo en mitad de ese gran vacío, como si fuera el mástil de una bandera a punto de ser clavada para reclamar el mundo como suyo.

Ella admiró su trabajo con una sonrisa entre divertida y despectiva. Una mirada similar a la que hubiera tenido Miguel Ángel si su David hubiera tenido por modelo un jorobado deforme con lepra. Parecía pensar que le faltaba algo. Marchó.

Él intentó soltarse de sus ataduras, pero fue inútil. Tampoco le dio tiempo a mucho más que intentarlo en vano antes de que ella volviese con un pequeño arnés con anillas.

- Quieto, - dijo, con una risilla contenida.

Se seguía riendo cuando metió sus huevos por entre las anillas. Con ellas y con el arnés, los subió, todavía más erguidos tanto ellos como su polla y los fijó a su cintura.

- Mucho mejor, así podrá verla todo el mundo.

Fue en el momento en que procesó esa frase cuando las lágrimas le vinieron a los ojos. ¿Quiénes eran "todo el mundo"? Con la barra entre sus piernas no podría ocultarse de ninguna manera. Ni siquiera una tan patética como ésa.

- Ahora escúchame atentamente, cariño.

Acobardado, escuchó con sus cinco sentidos. Extendió una de sus pequeñas manos, con uñas largas, pintadas de color oscuro y él cerró los ojos, asustado por lo que pudiera hacer. Acarició su polla, despacio, como un susurro, unos momentos antes de bajar para acariciarle los huevos.

Se podía entender, a pesar de la mordaza, que gemía. Gemía mientras ella le excitaba para dejarle a punto de un orgasmo y parar. Gemía, temblando, esperando más. Lo recibía sólo para que volviera a serle negado.

- Me imagino que ahora mismo te gustaría que te la chupara. Supongo que muchas lo han hecho, por una razón u otra. Hoy no es un día de esos, cariño. - Cesó por completo -. Creo que bastará. Está dura y gotea un poco. Tardará mucho en bajarse entre las anillas y algo que puse en la mordaza. Estará dura mucho, mucho, mucho tiempo, para que todo el mundo pueda verla.

Le miraba a los ojos, a su altura. Él temblaba y le dolía todo por el orgasmo denegado. Le dolía por las anillas que apretaban. Le dolía porque quizá nunca antes había estado así de dura.

- Voy a bajarte por ese ascensor por el que viniste y te voy a llevar hasta la puerta para que tus mil invitados te vean. Tengo entendido que está lleno de trepas, rémoras, empleados, prensa y competencia. Imagino que tus dos ex mujeres estarán ahí también. Estoy segura que el fotoshoot será espectacular.

Las lágrimas caían a raudales y gritaba en la mordaza, aunque no se entendiera nada, suplicándole que no lo hiciera. Ella se puso tras él y le colocó algo en el cuello que se le clavaba tanto en la barbilla como en la clavícula.

- Un collar para que mantengas la postura. La cabeza bien alta. No queremos que las fotos salgan mal. Es imprescindible que todos los que te conozcan puedan hacer buenas fotos con sus móviles para mandarlas por facebook a todos los que hoy no pudieran estar. Has de salir bien en los noticiarios de todo el mundo. Estoy segura de que vas a ser el vídeo más popular de youtube esta semana. ¿No crees que todos se extrañarán con que un hombre tan poderoso como tú sea un pervertido así? ¿Que le guste que le aten y le expongan de una manera tan humillante?

El collar le impedía girarse y el miedo, darse la vuelta. Notó un fuerte golpe en la espalda.
- Agáchate, cariño. - Intentó mantenerse erguido -. ¿Quieres más voltaje?

No lo quería. Se dejó introducir algo en el ano. No era demasiado grande ni se introdujo mucho.
- Ponte recto.

Notó que abrochaba algo a las ataduras de sus brazos y un tirón en el ano.
- Te he puesto un gancho. Mientras andes recto no habrá problema. Si intentas encogerte para esconder tu pollita, creo que te hará algo de daño ahí atrás. - Empezó a reír -. Pero qué zorra más mala soy. Supongo que por eso me pagan tan bien, ¿no?

Empezó a recoger sus cosas.

- Creo que es hora de que me marche. Es de muy mala educación llegar tarde, no importa lo rico o poderoso que seas.

Intentó rebelarse, pero apenas podía andar con la barra entre las piernas, y el gancho era una amenaza inminente.

- No seas tonto, cariño. La electricidad no es tu amiga, pero es la mía. Puedo hacer pasar suficiente voltaje como para que duela sin que pierdas el conocimiento y sin que se te baje. Cuando acabase, me estarías rogando que por favor te mandase abajo con tus amiguitos con tal de que parase.

La amenaza quizá no fuera el mayor problema. El problema era el miedo, en todas direcciones. La humillación. La erección. La excitación sincera. La exultante, insultante, erección que clamaba al cielo, a punto de reventar.

- Venga pues, hacia la puerta.

Se dirigió hacia ella con pasos lentos y torpes. Cada paso hacía que el arnés le apretara la polla y que sus huevecillos se balanceasen en el aire. Le dolía levemente el culo. La combinación le ponía. Ella le hizo parar frente a un espejo. Hubiera preferido no verse. Su aspecto era dantesco. Vegonzoso. Ridículo.

- Creo que nunca más podrás ser un cabrón hijo de puta. No sé si podrás mirar a nadie más a los ojos mientras vivas, porque sabrás que se estarán riendo de ti, que te la han visto así, que te han visto así. ¿No es horrible que una sala llena de gente vestida y seria te vea desnudo y duro? Es tan, tan, tan humillante... Quizá me lo puedes contar luego. Puedo llamarte si quieres más. O quizá no.

Le empezó a salir líquido preseminal en mitad de una duda existencial. No sabía si quería correrse o morirse ahí mismo. Le daba igual lo uno que lo otro.

- Pues no la tienes tan grande, por cierto.

Abrió la puerta de la oficina y él lloriqueó, asustado. Tiró de sus huevos para hacerle salir. No tuvo más opción que salir, pasito a pasito, intentando no vomitar de nervios. Su mano se quedó ciñiendo sus huevos. Su perfume se mezclaba con el olor de sudor nervioso y del miedo. La siguió como un perro, cada paso más doloroso que el anterior.

- Venga... que no debes llegar tarde, - rió, dando tirones, hasta el ascensor privado. La cabeza de él se llenó de gritos de "no, por favor, no". Intentó resistirse, pero ella sólo apretó sus huevos más fuerte, hasta que entró al ascensor.

El ascensor tenía un espejo a cada lado. Podía verse reflejado mientras ella apretaba el botón de la planta baja y el del garaje, utilizando sus llaves.

- Siento perdérmelo, pero me están esperando. - Le hizo cosquillas en el perineo con las uñas -. Asegúrate de que sea memorable, cariño.

Las puertas se cerraron. El corazón le latía a cien. Le latían hasta las venas de la polla. Le empezó un tic en el ojo y el orgasmo lo tenía a flor de piel. Quería morirse. Rogó a Dios que se le parase el corazón ahí mismo.

Ella silbaba mientras el ascensor descendía y él creía que se iba a caer en redondo. Se colocó tras de él y le empujó para estar de cara contra las puertas. Le acarició la espalda con las uñas. Él lloraba.
- Creo que estás tan, tan, caliente, que no te falta nada. Creo que te vas a correr en cuanto alguien te roce. Qué vergüenza si te pasa eso, cariño, pero qué vergüenza...

El ascensor bajaba. Iba a pasar de verdad. No era posible, pero estaba pasando. Iba a pasar. Esto era real.

- Esto es lo típico que pasa en las pesadillas, sólo que en tu caso es de verdad.

El ascensor paró. Se le secaron la boca, las lágrimas y el alma con ese parón.
- Empieza el espectáculo, - le susurró al oído. Las puertas se abrieron y, de una solemne patada, le empujó fuera.

Se encontró en medio de un grupo de gente muy confundido. No pudo escapar de sus miradas. Hubo horror pero luego... luego parecían reír. Habían visto que la tenía dura, goteando, a los ojos de todo el mundo. Para cuando las puertas del ascensor se cerraron, empezaron los flahses y las voces.

Su secretaria vino corriendo, en sus ojos una mezcla de preocupación y desprecio. Le cogió por los hombros dispuesta a taparle.

No dijo más que "Señor..." cuando se corrió de manera casi explosiva. Empezó a correrse sin que le tocasen más que ese hombro, eyaculando salvajemente sobre su secretaria, sin poder evitarlo, temblando. Corriéndose en el aire, hacia el público y las cámaras cuando ella se apartó asqueada. Corriéndose solo delante de mil personas y sus cámaras.

Corriéndose, con los ojos cerrados, llorando, deseando estar muerto, pero no funcionaba. Se oían las risas, primero ahogadas y después abiertas. Estaba todavía llorando cuando seguridad vino a taparle con una manta y a llevárselo.

Quien hubiera pagado a esa mujer para hacerle eso, pensaba para sí, debía odiarle tanto que prefirió hacerle esto a matarle. Matarle hubirea sido el camino fácil. Ojalá hubieran elegido el camino fácil.


domingo, febrero 28, 2010

Se busca

Alguien que esté dispuesto a ponerle etiquetas a todos los posts de la web, para organizar esto un poco.

#76 - 3 Mi buen nombre

Parte 1 aquí
Parte 2 aquí
Trozos breves porque estoy trabajando y escribo en los ratos muertos.

Se levantó con dificultad, el dolor todavía recorriéndole el cuerpo como una exclamación, las manos tras la espalda durmiéndose, los hombros forzados, la postura incómoda, la boca pastosa. Fue entonces que notó la barra entre las piernas que le impedía juntarlas, volviéndole todavía más torpe al ponerse en pie.
- Sólo dime qué quieres... cúanto quieres...

Rió de nuevo. Parecía no parar de reír nunca, como si todo fuese un gran chiste.
- Qué amable eres...
- ...no importa la cantidad...
- ... pero no te molestes, querido mío. Ya me pagan bien y no cambio mis contratos a mitad trabajo. No sería ético y la reputación es algo tan, tan, tan importante... Abre la boca, quiero amordazarte.

Sostenía una mordaza roja, digna tanto de un circo decimonónico como de Pulp Fiction.
- ¿Quién eres? ¿Por qué...?
- Soy tú peor pesadilla. Abre la boca.

Fue entones que empezó a gimotear. A preguntar por qué le estaba haciendo esto. A suplicar. A arrastrarse incluso sabiendo que iba a dar igual.
- Voy a destruirte. Los hombres como tú retienen el control mediante el dinero y el miedo. Cuando nadie más te tema, cuando se rían de ti, tu poder se va a desvanecer. Va a dar igual cuánto dinero tengas. Abre la boca antes de que te fría los huevecillos, querido.

Notó el sabor de las lágrimas al abrir la boca. Le abrochó la mordaza por detrás de la cabeza, firmemente metida en la boca.

- Estáte quieto. Muy quieto.

Sacó una maquinilla de afeitar y se arrodilló.

#76 - 2 Mi buen nombre

Parte primera aquí.

Se despertó con un sabor amargo y pastoso en la boca, la lengua pegada al paladar, un ligero olor a vómito subiéndole por la garganta hasta la frente, clavándosele entre los ojos. Ácido. Amargo. Recién despertado, con un hilo de baba cayendo por entre la comisura de los labios.

Ella seguía allí, sentada sobre el sofá, con las piernas cruzadas. Sonriendo.

Conforme se despertó se dio cuenta de dónde estaba. Seguía en su oficina. Conforme sus sentidos volvían a él, se dio cuenta de quién era ella. Se dio cuenta de que tenía las manos atadas a la espalda. Seguía desnudo.
- ¿Qué es lo que quieres? - fue lo primero que dijo.
- Buenos días...

Los brazos a su espalda formaban un ángulo más bien incómodo, forzando los hombros y los codos hasta un punto que hacía prácticamente imposible soltarse.
- ¿Cuánto quieres?
- ¿Qué cuánto quiero? - parpadeó de forma casi infantil, una sonrisa deliciosa en su boca. - ¿Una contraoferta?
- ¿Contraoferta?
- Claro querido... ya me han pagado mucho y bien por destruirte.
- ¿Destruirme? ¿Vas... a matarme?

Rió, sincera y ampliamente.
- ¿Matarte? No querido mío, no. No voy a matarte. Voy a hacerte algo mucho peor. - Se acercó a él, para susurrarle al oído. Olía a Allure. - Voy a destuir tu nombre, voy a destuir quién eres, para siempre. Sé un niño bueno y levántate.
- Que te jodan, zorra. - Le escupió con sus restos de dignidad.
- Probablemente, pero probablemente no un viejo, gordo y calvo como tú.
- ¡Sólo tengo cuarenta y ...!
- Exacto. Dije viejo. Y eso - dijo, desdeñosa, señalando entre sus piernas, - es un poco demasiado pequeño para mis gustos. Levántate de una vez.
- Vete a la mierda.

Sacó un objeto rectangular, plástico, de algún lugar. Lo puso contra su cuello y él gritó cuando sintió la electricidad recorrer su cuerpo. El dolor agudo, reiterativo, inevitable de la electricidad sacudiendo tus músculos, contrayéndolos. Dejándole sin respiración y sin alivio.

- Ése es el voltaje más bajo. El más alto te causará un dolor como jamás has sentido, especialmente si lo uso con tus huevos. Ahora, levántate de una jodida vez.

sábado, febrero 27, 2010

#78 - Chat snippets

12:01 lasinnombre: A qué llamamos mujer no convencional en este caso?
12:01 xxxxx: estás en mazmorra, te parece que una mujer convencional está en mazmorras?
12:02 lasinnombre puede ser la típica mujer mazmorrera
12:02 lasinnombre una convención nueva, pero una convención sin más
12:02 lasinnombre depende
12:02 xxxxx ya, que edad tienes?
12:03 lasinnombre eso es una pregunta muy convencional que no suelo contestar :)
12:03 xxxxx está claro que no buscas nada, solo bla, bla, bla, suerte
12:03 lasinnombre Un placer leerte, pasa buen día.

Si un hombre se me acercara en un bar y me preguntara donde vivo, no le contestaría. Si me preguntara mi edad, tampoco. Si me preguntara si me lo trago, tampoco le contestaría. No voy a hacerlo en un chat.

Es divertido ver cómo reacciona la gente. Suelen tomárselo por la tangente. El resultado obvio es que eres bajita, gorda y fea, probablemente cuarentona amargada o que bien te llamas Manolo. Si me llamase Manolo y tuviera un nick femenino, fingiendo todo esto, ¿exactamente qué resquicio de moralidad me impediría seguir la farsa?

No comprendo a la gente.

viernes, febrero 26, 2010

# 77 Dudas sobre hombre

Decidí, o quizá simplemente me di cuenta, de que jamás iba a encontrar a un hombre medianamente cuerdo y que fuera remotamente interesante en ninguna parte de Madrid. Debe ser la contaminación, que se les incrusta en las neuronas. Quizá sea la contaminación, que se incrusta en las mías, y que sólo me hace atractiva para hombres que viven a varios miles de kilómetros.


Tengo dudas sobre cuál quiero, si quiero alguno. Me rondan dos la cabeza. Me ronda la cabeza mi ex lejano, el que me dijo que no era buen momento ni para casarnos, ni para vivir juntos, ni para llevar adelante el embarazo. Después se arrepintió y le mandé a la mierda. Mi ex más reciente vive también a varios miles de kilómetros y le mandé a paseo precisamente por eso. Es adorable, abrazable pero creo que quizá no esté tan interesado en mí ni en mis tonterías aunque se sienta atraído por mí. Ambos quieren pasarse por Madrid a verme y ver qué pasa entre nosotros.

Yo lo que quiero es casarme y tener un niño. Ya. Me da igual con uno que con otro que con alguien que conozca el mes próximo, pero ya. No sé qué hacer con ellos. Al ex-lejano le quise con una locura metódica y planificada que duró años. Incluyó asegurarme que no tuviera espacio en su cabeza para mirar a otra, pensar en otra, plantearse a nadie más. Eso tiene un precio que pagué con gusto. Mi ex más nuevo es más mayor y no se dejó engatusar tan fácilmente. Quizá simplemente lo que le apetezca sea follarse a alguien veinte años menor que él, pero para eso no hace falta decirle a nadie que le quieres. Para eso tampoco creo que le hiciera falta yo.

Lo justo sería no estar con ninguno, si no puedo decidirme. Tampoco puedo quedarme con los dos. Lo sensato sería mi ex más antiguo, es el que está más dispuesto a dar un giro a su vida y hacer lo que haga falta para estar a mi lado. Cuando pienso en eso, pienso que quiero más al ex nuevo. Cuando pienso en estar sólo con el ex nuevo y olvidarme del ex de antaño, pienso que no quiero y no debo y quiero al de antaño. Entro en bucle. Vuelvo de nuevo al no debería estar con ninguno, y no lo estoy porque son dos ex que quieren dejar de serlo, pero ex, y, en el fondo, creo que el problema es que me gustan los hombres más que a un niño un caramelo y esos dos ya tienen grabado en la frente el sello de calidad.

Necesito que alguien me diga qué hacer para echarle la culpa cuando meta la pata.

#76 - 1 Mi buen nombre


Siempre hubo clases y por fortuna o, cómo él decía, por méritos propios, la suya era la más alta. No todo el mundo puede estar en el centro del huracán, vivir bajo la mirada del mundo, el acoso constante de la prensa y, a pesar de todo, sonreír mientras sus negocios se encumbran a pesar de la crisis o quizá gracias a ella. Hoy era el día en que la última, la más brillante, la mayor operación del año se iba a hacer pública al mundo, todos los medios presentes, invitados selectos. A pesar de ello, estaba tranquilo. A nadie le pone nervioso lo que es suyo por derecho.

Llegó a la sede silbando. Abajo estaba ya la unidad móvil que retransmitiría el evento en directo. La planta baja estaba tomada por los decoradores y la gente de la empresa de catering. Había sido útil comprar el edificio. El salón era lo suficientemente amplio para grandes reuniones y para más de mil invitados.

La última planta era suya. Acristalada, con vistas imponentes a la ciudad. Ascensor privado desde el hall principal. Línea directa a la cumbre del mundo. Encontró el traje nuevo sobre el sofá. Le echó un vistazo rápido, dio un visto bueno mental y se dirigió a la ducha. Se duchó rápidamente, se secó tranquilamente, se afeitó con más cuidado y se paseó desnudo de vuelta a por su ropa.

- No te molestes, no te va a hacer falta.

Se giró hacia la voz. Era una mujer, obviamente. Era preciosa, por supuesto. Hacía años que no se rodeaba de ninguna mujer fea. Dejó que sus ojos recorrieran los mechones de su pelo hasta caer en sus labios, que bajaran por su cuello hasta su escote y, desde ahí, buscaran su ombligo, para deslizarse hasta el suelo por sus piernas.

- Si me has dado el visto bueno, quizás deberías fijarte un poco en mis manos.

Iba armada. Se preguntó si era una stripper y algún compañero tenía gustos macabros.

- ¿Pero tú sabes usar eso, criatura? – dijo, empezando a vestirse.

- Sí – dijo, sencillamente. Sonrió. – Por eso la tengo. No me extraña que la gente piense que eres el hombre más estúpido y arrogante sobre la faz de la tierra.

Al menos tuvo la dignidad de sonrojarse.

- ¿Qué quieres? ¿Dinero? La caja fuerte está ahí. Si esto es un intento de secuestro es un fracaso desde ya. ¿Cómo piensas sacarme del edificio? La planta baja está llena de gente que me conoce, que sabe quién soy y que no te dejará marcharte.

- Estúpido. Cuanto más hablas más estúpido me pareces. Asumes que vengo a secuestrarte e intentar sacarte a través de un edificio lleno de gente cuando pudiera estar aquí simplemente para matarte.

Alzó el arma y apuntó. Sus ojos se llenaron de miedo cuando la vio apretar el gatillo. La sensación de que era demasiado tarde, de que hiciera lo que hiciera, ya estaba hecho y no podía solucionarlo. Una quemazón intensa le rodeó el cuello, impidiéndole respirar, hasta caer inconsciente al suelo.

- Buenas noches, querido.

#76

domingo, febrero 21, 2010

#75

Pasaban los días, los años, los meses, el tiempo. Pasabas tú y yo no podía evitar maldecirte, pero también sonreía con frecuencia.

viernes, febrero 19, 2010

#74

Con los ojos llenos de opio, te miro como si fueras tu reflejo. Estoy tan cansada que ya no me importo. No me siento. No me veo. Me cierro. Me duermo. Allí también te encuentro y me dices lo que le estás haciendo al cuerpo que habito.

Está quieto y dormido. Indefenso. Abandonado. No me lames por respeto. No me abres, casi por cortesía. Me dejas dormir, me miras. Me dices que te tocas porque has de hacer algo, porque algo ha de hacerse. Sé que cuando te corras lo podré probar como si fuera un beso.


viernes, febrero 12, 2010

#73 Bukkake Gang Bang



Normas del juego
1.) Sin un mínimo de 5 personas, no se juega. Con más de 10 personas quedan invalidados los puntos 4 y 5.
2.) Se juega sin ropa.

2.1.) Prefiero jugar atada.
3.) El objetivo del juego es masturbarse sobre una mujer, eyaculando en su cara. No se permite tocar.
4.) Gana el primero que se corra.
4.1.) El ganador tiene derecho de disfrute sobre la mujer a lo largo de la noche.
4.2.) El ganador tiene derecho de gestión sobre cómo se emplea el cuerpo de la mujer a lo largo de la noche. Esto incluye cesión y negación.
5.) El resto de participantes tienen derecho (y quizá obligación moral) a mantener relaciones sexuales con la mujer al menos una vez. La decisión sobre las relaciones, orden y repetición está en manos del ganador.
6.) El juego termina cuando acabe. El juego no termina conmigo.

jueves, febrero 11, 2010

#72 - Undead sex

Me desperté con la sensación de estar ahogándome. Me dolía la cabeza. Sólo me dolía la cabeza porque no sentía nada más. El hedor era tan nauseabundo que se podía cortar con un cuchillo.


Estaba en el suelo. Estaba frío. Pensé en la gente que me había dicho que un día me haría daño por colarme sola en sitios extraños para hacer fotos. Hijosdeputa. Si realmente lo creían, tendrían que habérmelo impedido. El mundo está lleno de bastardos.

No tenía los ojos cerrados, así que debía de ser de noche. Intenté levantarme pero cualquier movimiento dolía. Respirar bastaría por ahora. Respirar y escuchar. El viento, arriba. Las piedras que se me clavaban en la espalda debían venir de ahí. El suelo debió ceder. Caí de espaldas. Dónde demonios estaba... Con suerte alguien se daría cuenta cuando se hiciera de día. Tenía que mantener la calma y esperar. Hacía frío. La boca me sabía a sangre. El olor me daba ganas de vomitar.

Se escuchaba el viento azotando unas ramas. Ululante. Un goteo intermitente. Algo arrastrándose. Quizá alguien arrastrando los pies, caminando con desgana. Quizá tuviera suerte. Un vigilante haciendo ronda, aburrido. Intenté gritar pero apenas salió un pequeño hilo de voz. Ronco, vergonzoso, débil. El sonido se hizo más fuerte. Cesó. Quise gritar de nuevo pero sólo tenía sangre en la boca y nada útil para pedir ayuda. Los pasos se acercaban.

Su aspecto era el de una persona a la que hubieran vestido con la piel por fuera después de arrancársela, dársela a una manada de gatos callejeros para que jueguen y haber dejado que un anciano ciego con Parkinson se la volviera a coser al cuerpo. No llevaba ropa, lo único que cubría su cuerpo eran llagas y pústulas. Purulentas. Verdáceas. Abrió la boca y dejó escapar un gemido largo, profundo, que le nacía de más allá del estómago y las tripas. Resonó en el vacío. Sus pasos siguieron lentos y yo no podía moverme. Al menos ahora sabía de dónde salía el olor. Y su fuente venía directa a mí. Intenté darme la vuelta para conseguir arrastrarme, pero supongo que ni mi clavícula ni mis costillas estaban de acuerdo con mis planes. Se dejó caer de rodillas al suelo cuando llegó hasta mí. Vino directo a mi boca. Su boca olía a tortilla de huevos podridos. Su lengua estaba fría. Lamía la sangre de mis labios y mi barbilla. Noté cómo caían cosas sobre mi cara que se movían, pegajosas y supuse que eran gusanos. Caían de dónde deberían haber estado sus ojos y reptaban por mi frente, me caían por los pómulos y los notaba en el pelo. Quería gritar. Quería llorar. Ni grité ni lloré, vomité. Pensé que iba a ahogarme en mi propio vómito. Me llenaba la boca, me salía por la nariz, notaba el sabor ácido al respirar, pero no apartó su boca de la mía. Su lengua se movía más rápido y sorbía el vómito de mi boca.

Empezó a empujar y noté que la tenía dura. Empujaba duro, me movía en el suelo y el cuello me estallaba de dolor. Dejó de comerme la boca. Seguía sabiéndome a vómito, pero ahora con un regusto más desagradable todavía. Se hirguió sobre mí, como recordando. Se la vi, dura, grande y tan asquerosa como el resto de él. Cubierta de llagas, supurando, los gusanos comiéndosela, reptándole por la uretra. Alguna parte de su mente recordó por qué no podía meterla. Intenté, furiosamente, hacer cualquier cosa para salir de ahí, pero no podía. Intentaba quitarme la ropa con las manos pero después probó con los dientes. Rompió los pantalones. Me arrancó un pezón quitándome la camiseta y empezó a chuparlo ávidamente.

Su polla estaba fría y yo no estaba mojada. Sentí que me rompía. Sentí que se reventaban las pústulas y que los gusanos buscaban nuevos terrenos en mi coño donde anidar. Me clavaba al suelo con cada embestida y ni siquiera conseguía gritar, sólo llorar. Con la mano que tenía libre empezó a tirarme del otro pecho como si lo quisiera arrancar. Aceleró el ritmo y creo que fue entonces cuando supe que me iba a acabar corriendo.

Debe haber formas peores de morir.

martes, febrero 09, 2010

#71


sinnombre: He estado leyendo sobre cómo aprender a hacer gargantas profundas.
xxx: mmmmm... mola.
sinnombre: ¿me dejas practicar contigo?
xxx: claro que sí, enana
sinnombre: guay
xxx: ahora vengo

/msg nick info xxx
02:46 xxx is away: away from pc
02:46 http___x@253.Red-79-154-193.dynamicIP.rima-tde.net 79.154.193.253 Actual user@host, Actual IP
Tiene el nick registrado y protegido
02:46 Utiliza los modos [rx]
02:46 xxx has been idle 30 minutes 29 seconds

xxx status [away] off: He vuelto
xxx: Hey
sinnombre: Ho
xxx: Let's go.
sinnombre: He estado pensando que me gustaría que sólo me follaras la boca hasta que aprendiera. Nos deberíamos encerrar nos días. Tenemos también pendiente lo del anal.
xxx: ni te imaginas cuánto te voy a follar el culo.
xxx: unos días crees tú? igual no te suelto :P
sinnombre: y mientas me enseñas eso, igual no me follarías el coño ni me llenarías con tus corridas como sabes que me encanta... quizá podrías follarme con la mano o cualquier otra cosa que haya por casa.
xxx: tú sabes lo que jode si te la meto una o dos veces y ya está?
sinnombre: podrías follarme la boca y despues el culo cuando te cansaras. cuando te cansases de eso, podrías volver a follarme la boca, hasta que me entre entera, fácilmente, por todas partes.
sinnombre: quiero que me metas la mano mientras yo intento metérmela toda en la boca.
xxx: me gusta
xxx: mientras te lamo el culo
sinnombre: lámeme, muérdeme, pégame, me da igual
xxx: qué ganas te tengo ahora mismo
sinnombre: márcame cada vez que no me la pueda meter entera
sinnombre: abofetéame si no me lo trago todo
sinnombre: la verdad, deberías azotarme, pero de verdad, fuerte, por todo este tiempo que no lo he hecho
xxx: hay demasiadas cosas que me apetece hacer
xxx: y luego querrás que te azote más
sinnombre: estoy feliz de poder empezar a satisfacerte como debía haberlo hecho desde un principio, pero de verdad que deberías castigarme por todo este tiempo :P
xxx: tú estás segura de que tu culo sabe lo que dices?
sinnombre: me da igual, me lo merezco
sinnombre: quiero que me enseñes a satisfacerte con todo mi cuerpo
xxx: y te voy a azotar por ponérmela así de dura ahora
xxx: y lo que me falta hasta que te pille
sinnombre: lo siento, debería estar ahí para comértela ahora
sinnombre: debería estar así siempre para eso
xxx: la verdad, lo que me apetece ahora es que te sientes en mi cara y meterte la lengua
sinnombre: ainx, sí...
sinnombre: hazme marcas que duren
sinnombre: para no olvidarme
sinnombre: necesito que me hagas daño
xxx: Pero es que no sabes lo que dices.
sinnombre: Sí que lo sé.
sinnombre: quiero que me azotes hasta hacerme llorar y que te ruege que por favor pares. pero no tienes que parar, deberías continuar y después follarme duro
sinnombre: correrte dentro
sinnombre: me harías sentir tuya
xxx: no sabes cómo son mis azotes
sinnombre: si me azotas hasta hacerme llorar
sinnombre: y después me follas así sin hacerme ni caso
sinnombre: te juro que me casaré contigo
xxx: va a desear una caña una vez sientas cómo duelen mis manos
sinnombre: sé que va a doler y va a ser jodido y lo voy a pasar mal
sinnombre: pero quiero que lo hagas, aunque te pida que pares
sinnombre: te diga lo que te diga. por favor.
xxx: de acuerdo
xxx: cada parte de ti se va a sentir mía
sinnombre: quiero pertenecerte otra vez para que podamos ser felices juntos
xxx: yo también
sinnombre: querías arreglar las cosas y no sabías cómo.
xxx: no importa, ahora sí.

lunes, febrero 08, 2010

#70


(va dedicada)

Vino como venía siempre, con los ojos cargados de deseo, la mirada gacha. Creo que esto lo hacía más por fetichismo hacia los tacones que porque me tuviera miedo. No me importa, lo que me importa es que hace lo que le digo. No discute. No me causa problemas. Es fácil y cómodo y no siempre tengo ganas de batalla. Cuando no las tengo, le digo que venga. Me gusta ayudarle a querer hacerme feliz, por eso hago esa estupidez de ir con tacones y medias por casa. Hoy, además, los llevo no sólo para complacerle a él.

Se fija en las dos copas que hay sobre la mesa en cuanto entra pero no dice nada y yo no tengo por qué darle explicaciones. Suena Dead can Dance, le pregunto si quiere vino y niega.
- Ponme una copa, ¿quieres?
Me siento en el sofá mientras me la sirve. Apoyo un pie sobre la mesa, cortándole el paso. Me acerca la copa, casi poniéndomela en las manos.
- ¿No te importaría quitarme las medias?

Se arrodilla en el suelo para hacerlo. No me importa que quede entre mis piernas. There for you, Leonard Cohen. Me quita los zapatos y los deja con cuidado en el suelo. A veces creo que le gustan más mis zapatos que yo, así que le golpeo suavemente con el pie en la cara, para que se centre. Está a punto de darme un beso en el empeine. Está revoltoso. Me río y él también. Tarda unos segundos en captar algo preocupante en mi tono. Continúa riendo, más quedamente, hasta que se convierte en una risa nerviosa.

Me quita las medias despacio, las dobla con cuidado y se va a mi habitación a guardarlas en su cajón. Enciendo un cigarro. Ahora oirá la ducha y sabrá que hay alguien más. Noir Désir. Voy hacia la habitación, con la copa y el cigarro.
- No guardes demasiado las medias. Quítate la ropa.

Es un hombre sensato, de los que se visten por los pies y se desvisten desabrochando los botones uno a uno. Me pone nerviosa pero no le digo nada. Me preocupa más que no me gusta la canción que suena. Empieza a doblar la ropa. La tiro al suelo de un manotazo.
- Ponte a cuatro patas.
Le cojo por las muñecas y su cabeza cae en seco sobre la almohada. Le ato las manos a la espalda con las medias.
- Ya sé que hacen daño, pero si te estás quieto no será para tanto. ¿Recuerdas lo que te dije sobre tu voz? - Asiente. Le dije que no me gusta oírla. Me siento en el sillón que hay junto a la cama, una pierna sobre el brazo. Me desperezo, termino el cigarro y salta el disco de McKennit. Gira la cara hacia mí, mirándome. Le sonrío.
- No dejes de mirarme. - Asiente. Oigo abrirse la puerta del baño. Me quito la bata y se la echo por encima de la cara.

Me gustan el olor de un hombre recién duchado. Le quito la toalla y sonrío con complicidad, sacándole la lengua. Me la muerde y le cojo de los huevos. Suave. Me la suelta y mordisquea la barbilla. Despacio. - Si me gusta lo que veo quizá luego quiera yo - le susurro al oído.

Vuelvo junto a la cama y le sujeto (a mi él, el atado con mis medias) la barbilla, para que me mire sólo a mí, cuando le quito la bata de la cara.
- No dejes de mirarme. - Le di unos segundos, para asegurarme de que lo haría. Cuando sentí que sí, volví a mi sillon, mi copa y mi tabaco.

Se le veía la preocupación en los ojos al sentir la presión entre las nalgas. Siempre hay una primera vez, querido, pero tranquilo que si tú no la disfrutas, la disfruto yo.

domingo, febrero 07, 2010

#68 - 3 Reeditado



Si se le había ocurrido pensar que no me pondría falda y tacones y que aparecería con vaqueros y zapatillas, estaba muy equivocado. No elegí mis tacones más altos, pero sí unos de aguja que bastaban para igualar su altura. Lo bueno de los tacones es que realzan las piernas, la curva de la cadera y hacen que andar sea más sinuoso. Para favorecerlo los acompañé de un vestido oscuro, un poco por encima de la rodilla, la falda tipo lápiz y la espalda abierta. No quería una falda demasiado corta, no puedo parecer fácil porque no lo soy, sólo lo suficiente como para que se suba por los muslos al sentarme y la haga interesante. La espalda abierta es un gusto personal, sé que la tengo bonita y causa ideas. Si se fija en el lunar, sé que está mirando. Elegí un colgante azul con cadena de plata que caía justo entre mis pechos. El perfume era floral y sofocante. El maquillaje, sencillo, excepto los labios. Algo de rimmel para realzar las pestañas, la línea oscura enmarcando el ojo, pero nada más. Quiero que entienda mis ojos, no esconderlos. La boca es otra cosa. Una línea alrededor, de un tono ligeramente más claro, para hacerlos más anchos. Un primer color, rojo sangre, mate. Un segundo tono brillante para hacerlos suculentos. Me pinto los labios con pincel, me gustan perfectos. Como todo. Para ser perfecta, además, tenía que llegar tarde. Me entretuve despeinándome y volviéndome a peinar hasta llegar a ese punto de naturalidad descuidada pero favorecedora.

Llegué tarde para que me viera llegar y para sonreírle mientras entraba, sonriendo a los otros hombres que me miraban, quizá deteniéndome un poco, hasta llegar, tranquilamente a él. Se puso de pie para saludarme. Dudó un instante al deslizar su mano por mi espalda para acercarme, como suele hacer con las mujeres, para darme dos besos. Sonríe ampliamente.
- Madre mía, estás preciosa.
No me aparto y apoyo las manos sobre sus hombros. Nos acercamos más de la cuenta a nuestras bocas al darnos los besos. Ha estado fumando y se ha comido un caramelo de menta. Se preocupa por darme una buena impresión. Me acerca y mis pechos se apoyan en su pecho. Se me acelera la respiración porque casi puedo saborearle ya. Me controlo, me relajo. Sonrío secamente, simplemente amable. No te confíes, Miguel, no pienses que ya lo tienes todo hecho, porque no tienes nada.

- Muchas gracias, Míguel, - cambio a propósito al acento en su nombre de sitio. - Qué guapo vienes tú también. No sabes cuánto me alegro de verte.

Parece que viene directamente de la oficina. Traje clásico y camisa. Sin corbata. Los zapatos impecables. Él es impecable.
- ¿Qué te apetece tomar?
- Pídeme un vino blanco. ¿Te importa que me siente?

Me dirijo al sitio donde estaba él sentado, junto a la pared y me deslizo por él mientras se levanta para pedir el vino en la barra. Me doy la vuelta para coger el bolso, dejo que observe la línea de la espalda mientras cruzo las piernas. Duda dónde sentarse y se decide por acercar una silla a mi lado.

Charlamos de insustancialidades. Su semana, la mía. Saco un espejo, miro mi maquillaje, pero no lo retoco, sólo dejo de prestarle atención mientras habla. Quiero ver cómo reacciona. Se calla, espera a que acabe y sigo hablando. No sólo soy sádica por el mero placer de causar dolor físico. Hay dolores más profundos, más insondables, más difíciles de conseguir. Hace falta observar a la gente, conocer sus miedos, sus espectativas, sus seguridades y degollarlas.
- ¿Te apetece que pasemos unos días fuera, juntos?

No le veo el sentido a dejar las cosas para luego. Se le iluminan los ojos un momento.
- ¿Unos días o un fin de semana?

Suspicaz.
- Unos días. - No le sonrío pero le clavo la mirada en los ojos. La sostiene. Se siente seguro. Le gusta el juego.
- Puedo cogerme unos días libres en el trabajo. Lo miraré el Lunes.

Asiento y doy por zanjada la cuestión. Bebo un poco de vino. Es dulce y afrutado. Hay un silencio que espero se le haga incómodo. Me levanto y me bajo la falda un poco.
- Gracias por la copa. - Me inclino, mi escote en línea con su cara unos momentos. Espero que lo vea para darle dos besos. - Llámame cuando sepas cuándo tienes unos días libres.

Y con eso, me marché, el abrigo en la mano.


* * * * *

El aire frío de la noche en la espalda desnuda me provocó un escalofrío. Me paré a ponerme el abrigo. De nada serviría todo esto si me tenía que pasar una semana en la cama. La idea de Miguel trayéndome sopitas no era exactamente lo que buscaba. Fue tiempo suficiente como para que saliera del bar y viniera tras mío. Por el sonido de sus pasos, venía entre indignado e incrédulo.

- ¿Pero por qué cojones te vas?

La desorientación le sentaba bien. Le hacía perder un poco su compostura, tan estudiada. No estaba acostumbrado a que no le dieran lo que quería. Tuve un arrebato de dramatismo cinematográfico y me acerqué a susurrarle al oído.

- Me muero de ganas de que me folles. – Silencio. Esperar un momento. Su cerebro tiene que procesar la información. Esta situación suele ser inversa. La finalidad sigue siendo follar. Situación correcta. Situación aceptada. Los hombres son tan lentos…

- Podemos ir a mi casa ahora. – Demasiado simple, querido. Niego con la cabeza.

- Cuando eso ocurra, necesitaremos al menos varios días, te lo garantizo; y antes tendremos que hablar de cómo quiero que me folles.

No le gusta perder la iniciativa pero le agrada la idea de unos días encerrados follando. Hubiera preferido dejar esta situación para más adelante, pero si ha de ser ahora, se hace. El frío empieza a hacer mella, intento no tiritar. Quiero irme. Tengo frío.

- Vuelve dentro conmigo y hablamos de eso.

- No, ahí hay demasiada gente. Si quieres hablar, vamos a otro sitio.

Veo un taxi parado en el semáforo. Le hago una seña para que pare. Miguel me abre la puerta y se sube. El calor del interior me permite volver a sentir las piernas. Le doy al taxista la dirección y nos vamos.

sábado, febrero 06, 2010

#69

Le encargué hoy a alguien que me escribiera un relato a cambio de perdonarle que no fuera a hacerme la compra. Es un poco vago. Me ha enviado esto.

* * * * *

-Eres un quejica -dices mientras rebuscas en tu armario, descalza-. Y además no tienes palabra.
-No es verdad.
La habitación casi a oscuras. Yo sentado en el borde de tu cama. Te observo con infinita inquietud mientras me recorre un escalofrío. Empiezo a pensar que quizá le he hincado el diente a un pez demasiado grande. A lo mejor no podría tragármelo. Siento mi corazón latir desesperadamente ante la perspectiva que me espera. Es muy tarde. Desde el salón, la música de Ray Charles se mezcla con el ruido de la lluvia golpeando en tu ventana. En mi mano, una copa de vino casi vacía. Tu voz resuena desde el armario.
-Pues cuando te dije que hoy quería follarte, viniste volando.
-Sí, aunque sabes que no estoy aquí por eso. -te replico intentando mantener un mínimo de dignidad.
-Ya. Pues te equivocas. Resulta que sí estás aquí por eso -contestas mientras sacas la cabeza del armario y me miras-. Voy a follarte para que se te quite la tontería conmigo. Ya te dije que algún día podría querer hacerlo. Y te pareció bien en su momento.
Por fin sacas del armario lo que estabas buscando. Sonríes ligeramente y me lo enseñas.
-He venido por estar contigo. No para follar. Y... desde luego no me imaginaba que cuando hablabas de follarme te referías a "esto" -digo mientras señalo al juguete con un dedo-. Y "esto" quizá sea demasiado... nunca me han...
-Insisto, eres un quejica. Ahora es demasiado tarde para eso. Haberlo pensado antes. Desnúdate y ponte a cuatro patas.
-Pero es que... -trato de ganar tiempo mientras asimilo lo que puede pasar-
-Dijiste que harías cualquier cosa por dormir conmigo, ¿no?
-Sí, eso es cierto.
-Pues esta es la condición. Que te dejes follar. Si no te dejas, puedes marcharte ahora mismo.
-Pero... yo sólo quiero dormir contigo.
-¿Y eso debería importarme? Elige, medianena.
Me quedo mirándote. De pie, vestida tan solo con un tanga gris y una camiseta del mismo color. Noto tus pezones a través de ella. Demasiados fantasmas vienen a mi cabeza. Puede que tenga fantasmas, sí. Como todo el mundo. Pero lo que sí sé es que ellos no me tienen a mí. Empiezo a pensar en si alguna vez podremos tener una relación un poco más... no sé. Normal.
Apuro la copa de vino y empiezo a desnudarme.
Me gustas tanto...

#68 - 2


Decidí investigarle. Digamos que se llamaba Miguel. Era quien decía ser. Cinco años en el mismo trabajo. No sonó ninguna alarma. Buenas relaciones con los compañeros, de los que toman unas cañas después de cerrar la oficina. No tenía deudas ni cuentas pendientes con la ley. Alguna multa de aparcamiento, nada más grave que éso. Hipteca saldada, coche propio. Todo lo que debería ser parte de una vida perfecta. Todo esto jugaría en su contra. Cuanto más alto están, más bajo caen. Un golpe cruel, directo. El afortunado, magnífico, admirable Miguel pronto sería digno de lástima.


Me mandó un sms al día siguiente. "M gusto mucho la charla contigo. Una copa mas relajada esta semana? Besos..."

Sonreí al leerlo. Me gustaron los puntos suspensivos. Era un juego casi adolescente de adivinanzas, de sugerencias. De intentar tontear conmigo. ¿Quieres que sea tuya, mi pequeño?

"Miguel, m encantaria. m pondre guapa aunque no te interese nada cnmigo. besos donde los pntos suspensivos"

Le gustaban los juegos. A mí también. Este juego me gusta mucho, un juego que nos llevará a otros lugares todavía más interesantes. Un pequeño más paso más allá de la obscenidad, donde ya no hay ni oscuridad, donde quedará atado a mí. Sólo unos días más.

"Viernes por la noche? el sitio nuevo de vinos esquina con matellano. ponte falda y tacones para mí :) Besos..."

Nadie puede evitar ser quién es. Ahí estaba él, en todo su esplendor. Arrogante en su seguridad, diciéndome qué tenía que ponerme. Posiblemente fetichista. En caso de no serlo, apreciaba la belleza de unas buenas piernas y le gustaba acentuarla con los tacones. Me gustaba cada vez más. Pobrecito mío.

"Me parece un plan estupendo. Tengo ganas de que llegue el Viernes."

Hay que seguir el juego. Alimentaro. Provocarlo. Que crea que soy una más de esas mujeres que se mueren por que les quite la ropa. Está acostumbrado a conseguir lo que quiere y que quieran dárselo en cuanto lo pide. Puede creerlo durante un poco más de tiempo, sólo lo hace más divertido. Ya casi puedo sentir su sabor. La cita tenía día, lugar y hora y apenas podía esperar que llegase.

viernes, febrero 05, 2010

#68


Soy fetichista. Puedo ser también sádica o masoquista, según mi humor. He de aclara que no soy ninguna de estas cosas según las típicas clasificaciones de estos términos en el mundo BDSM. Los clichés del BDSM me aburren. No me interesan. Elijo otros caminos.

Quizá la persona ideal para un sádico sólo aparezca una vez en su vida. Estoy convencida de que muchos jamás dan con esa persona. Una única vez, en la que saltan todas las alarmas. Todo, al completo, es perfecto y está reunido en una única persona. Su aspecto. Su situación personal. Su oficio. Su personalidad. Sus puntos fuertes y débiles. Todo coincide, todo es perfecto, todo es tan idóneo que se te eriza el vello de la nuca y un suave cosquilleo te recorre el estómago. Casi como una quinceañera en celo.

Le conocí por casualidad en un acto benéfico. Recogían fondos para paliar los efectos del último huracán que había azotado un país periférico. Él era RRPP del grupo financiero que organizaba el evento y yo sacaba fotos.

Algunas cosas encajaron rápidamente. Su aspecto era impecable y delicioso. Alrededor de 38 años y 1.85. Pelo oscuro y abundante. Mandíbula marcada. Afeitado. Manos grandes. Fuerte. Se notaba a través de un traje de buen corte que era asiduo al gimnasio. Sonreía constantemente, reía alto. Acaparó mi atención de inmediato.

Me gustan los hombres que se cuidan y que tienen un cierto sentido del estilo. El traje le sentaba bien, realzaba la elegancia natural de sus movimientos. La colonia iba bien con su aspecto, fresca y fuerte. No parecía tímido, sabía que su físico era bueno y lo explotaba. Se acercaba más de la cuenta para hablar con las mujeres, mantenía contacto físico simpre que le era posible. Lanzaba halagos sutiles. Jugaba con ellas como si no tuviera importancia. Antes de que me dirigiera la palabra ya había decidido que me lo quería quedar. Tenía algo innato. Su forma de quedarse quieto, de mirar. Me gustaba. Me gustaba mucho. Irradiaba confianza. Irradiaba esa sensación de estar absolutamente satisfecho consigo mismo, de gustarse, de disfrutar siendo él. Eso me gustó mucho.

Tenía un punto de arrogancia. No era nada claro, nada marcado, sino una vaga sensación. Era delicioso estudiarle. Esa arrogancia contenida me decía que era inteligente. Eso es algo que considero muy deseable. Un hombre inteligente es un hombre que puede comprender perfectamente lo que voy a hacer con él, un hombre que puede saber lo que cada uno de los pasos supone, sentirlos. Esto aumenta su sufrimiento.

Nos presentamos y sus primeras palabras para mí prácticamente resbalaron de sus labios, mientras casi me abrazaba para darme dos besos.
- Vaya... así que eres tú? Me alegro mucho de conocerte.

Habíamos intercambiado e-mails de trabajo. Sus palabras venían con una sonrisa y su mano se quedó en mi cintura más de lo que era necesario. Su tono indicaba que no tenía ni idea de quién era, no llegaba a ser ofensivo pero estaba al límite. Era como si buscara exactamente eso. Estaba acostumbrado a conseguir siempre lo que quería. Era perfecto.
- Yo también me alegro mucho. De verdad.

Hablé bajo para hacer que se acercara para poder oírme. Sonrisa amplia, sincera. He de esconder las ideas que me cruzan la mente. Me gustan los hombres satisfechos de sí mismos. Me gustan los hombres que creen que lo tienen todo, porque merecen todo. Satisfechos, confiados, arrogantes. Es una combinación tan deliciosa como belleza, juventud e inocencia.

Me quedé más de lo que me hubiera hecho falta por mi trabajo. El vino era bueno y conocí a un par de hombres interesantes, pero ninguno lo suficiente como para quitármelo de la cabeza. No hizo falta, acabó viniendo a mí y ofreciéndome una copa más.
- Te aseguro que no estoy intentando nada contigo. - Me dijo, sonriendo.

- ¿No quieres nada conmigo? Vaya... qué decepción. - Mantengo la mirada seria durante un par de segundos antes de sonreír. No puedo evitar reír. - No te preocupes, la mayoría de mis amigos son hombres, los prefiero a las mujeres.

Charlamos de tonterías. Asiento y sonrío, observándole. Me derrite.
- Quizá no vas a intentar nada conmigo "por ahora".

Nos reímos de nuevo. Acabamos intercambiando teléfonos antes de marcharnos. Le doy un abrazo y él me abraza también, fuertemente, apretándome contra su cuerpo para sentir mis pechos. Me marcho antes que él para que pueda observar. Sé que no decepciono.

* * *
Ahora no es el momento, he de esperar que llame. Voy a quedar con él en un bar y, desde ese momento, le daré exactamente lo que quiere. La mayor maldición de los dioses consistía en dar a los hombres lo que querían. Él todavía no sabe lo que quiere, pero se lo voy a dar y ése proceso va a destruirle para que yo pueda relamerme disfrutándolo.


martes, febrero 02, 2010

#67


Estoy obsesionada con que me folles. No me basta un polvo ni quince en una noche. Necesito que me folles violentamente, hasta pedirte que por favor pares, que no lo soporto más. Necesito que entonces continúes, que me digas que soy estúpida, que para esto vine, esto era lo que quería.


Y yo asiento y te pido perdón porque tienes razón. Me amordazas y me atas porque no quieres oírme ni que te toque las narices. Para cuando te corres estoy llorando. Me abofeteas. Esto te lo pedí yo, así que debo convencerte de que me gusta. Me dices que te pida que me azotes y que lo haga convenciéndote de que es lo que más deseo. Va a pasar igual, pero si no lo hago bien, dolerá mucho, mucho más.

#66 - 2

Cuando llegamos todavía no me había dejado sacármela de la boca. La boca me sabía a corrida. Se me deslizaba por la barbilla. La notaba pegajosa en la cara. Todavía llovía. Era una casa de pueblo en mitad de un pueblo vacío.

- Deja tus cosas en el coche, no te hacen falta.

Asentí, limipiándome la cara.
- Eso tampoco te hace falta.

Me quedé sentada escuchando la lluvia sobre los cristales. Iba a empaparme si salía así del coche. Estaba descalza, el suelo embarrado. Él me observaba, probablemente riéndose por dentro, desde la puerta. Se debía reír tanto por dentro que no pudo evitar reírse por fuera. Me gustó oírle reír.
- No voy a estropear el momento dejando que te vistas. Espera.

Volvió al coche con una manta. Me arrebujé en ella y me dejé llevar dentro en brazos. Como toda una señora. Muy puta quizá, pero muy señora. No podía evitar preguntarme en qué antro de perversión me adentraba.

La casa parecía cómoda. La puerta daba a la cocina. Había un salón bastante grande, de esos que tienen chimenea y dos puertas a las habitaciones. Me paseé, enroscada en la manta, mirando los libros mientras él encendía la chimenea. Había una primera de Alberti, un intonso, reencuadernada a medio cuero con cuatro nervios en el lomo y letras doradas. Había otras rarezas. Me gustó. Cuando me cansé de recorrerlos, me senté a su lado, estudiando si las llamas cogían cuerpo o no.


- Hoy es tarde. Acercaré el colchón aquí. Dormiremos y mañana será otro día.

Me quedé dormida mirando el fuego, ligeramente decepcionada, pero era cierto que mañana sería otro día.

domingo, enero 31, 2010

#66

Cuando llegué tuve la sensación de que no era el momento ni el lugar. Era demasiado tarde para echarse atrás. Había conducido todo el día hasta el lugar donde habíamos quedado y sabía que aún quedaba un trecho más hasta nuestro destino. Hubiera podido dar media vuelta en cualquier momento, excepto después de aparcar, subir a su coche y marcharme con él.


Era más bajito de lo que me esperaba, pero no estaba mal. Empecé a dar conversación, supongo que por nervios.
- Al final no fue tan difícil encontrar esto. Espero no haberte hecho esperar mucho. Te hubiera llamado para avisarte pero tu móvil estaba apagado y tú tampoco llamaste así que no sabía cómo contactarte para decírtelo.
- No te preocupes. - Su sonrisa parecía sincera. - Merece la pena esperarte.

Me río porque no sé qué decir. Busco música entre las emisoras de la radio.
- Si no estás segura de esto aún podemos parar. - Sigo cambiando emisoras unos momentos hasta que apago la radio por completo. Empieza a llover.
- No, no... sí estoy segura.
- Bueno... Eso tendremos que averiguarlo poco a poco. Aún no sé si quiero quedarme contigo.
- No, claro, ni yo contigo. No nos conocemos...
- Si no tienes eso claro, te llevaré de vuelta al coche. - Paró el coche en la carretera. - ¿Qué hacemos? ¿Te llevo o te quedas?

Me quedé callada, escuchando el sonido del limpiaparabrisas. Esto era otra de mis ideas estúpidas, marcharme con un desconocido y querer que me tratara como si fuera suya. Me daba morbo pensarlo pero aquí y ahora ya no lo veía tan claro. Se acercó hacia mí y me giró la cara, cogiéndome por la barbilla. No apartó la mirada de mis ojos.
- Eres una mujer inteligente, interesante y preciosa. Nada me haría más feliz que tenerte conmigo. Me gustaría que fueras mía, pero sólo si es lo que tú quieres.

Asentí.
- Quiero que lo digas.
- Quiero ser tuya.
- Quieres que sea tu dueño y que cada parte de ti me pertenezca, para hacer contigo lo que me plazca. - Asentí. - Dilo.

Me quedé en blanco. Me sentí mal diciendo eso. Aparté la mirada y lo dije en voz baja y queda, mirando al suelo.
- Muy bien, entonces nos vamos.

Arrancó el coche y siguió conduciendo.
- Antes de llegar tengo que explicarte mis normas. Te vas a quedar conmigo hasta que decida si me quiero quedar contigo o no. Intentaremos que quede claro durante el fin de semana para que puedas volver el Lunes al trabajo, pero si no lo está, te quedarás igualmente. ¿Está claro?

Asentí.
- Tu primera prioridad, siempre, será complacerme. Lo que no me complazca tendrá un precio. - Asentí de nuevo. - Partes de cero. No eres nada, no vales nada, no mereces nada. Eres una zorra estúpida que me está haciendo perder el tiempo porque no está a la altura. Sólo tienes fantasías de ama de casa aburrida en la cabeza. Te sientes vieja y quieres nuevas aventuras, pero no tienes coraje para seguir con esto hasta el final.

Estuve a punto de indignarme, pero sabía que tenía razón. Me fascinaba el tono de absoluta calma con el que me hablaba.
- Bien. Para empezar, no mereces tener nombre. Eres una zorra y punto. No tienes derecho a hablar sin permiso. No tienes derecho a la intimidad, eso incluye la ropa.

Asentí despacio.
- Si me entitendes, ¿a qué esperas?
- Sí, perdón...

Me quité el jersey y seguí con los zapatos. Él seguía mirando la carretera sin prestarme atención. En unos segundos me quedé sólo con el tanga y el sujetador.
- Eso es ropa.
- Pero...
- No tienes permiso para hablar. Pasará por ser la primera vez. Quítatelo y punto.

Esto no tenía gracia. Podían pasar otros coches y vernos. Podía pararnos la policía y encontarme desnuda dentro.
- Decídete, pero si no lo haces te llevaré de vuelta.

Me los quité. Lo único que dijo fue que no le mojara el asiento. Me subieron los colores. Efectivamente, podría pasar.
- Para empezar, a una zorra como tú sólo le follo la boca. Cualquier otra cosa te la tendrás que ganar. - Silencio. - Empieza ahora.

Me incliné hacia él y le desabroché los pantalones. Era demasiado consciente de ir desnuda como para estar cómoda. Se la saqué despacio, acariciando la punta y recorriéndola con la mano. Tenía la boca seca y empecé lamiéndosela de arriba a abajo. Me temblaban las piernas. Me la puse en la boca, sólo lo justo para rodearla con los labios mientras la recorría con las manos. Casi vomito cuando me empujó de golpe la cabeza hacia abajo, obligandome a encajarla toda de golpe, golpeándome la garganta. Intenté sacármela, levantarme, pero me sujetaba la cabeza firmemente por el pelo. No me dejaba más opción que seguir su ritmo, casi ahogándome con ella. Iba despacio, despacio, despacio... Noto como mi baba le cae. Poco a poco mi garganta se fue adaptando y él empezó a moverme la cabeza más rápido, sin darme un momento de respiro.

Quedaban varios kilómetros hasta llegar. No me permitió sacarla de la boca ni una sola vez.