viernes, febrero 05, 2010

#68


Soy fetichista. Puedo ser también sádica o masoquista, según mi humor. He de aclara que no soy ninguna de estas cosas según las típicas clasificaciones de estos términos en el mundo BDSM. Los clichés del BDSM me aburren. No me interesan. Elijo otros caminos.

Quizá la persona ideal para un sádico sólo aparezca una vez en su vida. Estoy convencida de que muchos jamás dan con esa persona. Una única vez, en la que saltan todas las alarmas. Todo, al completo, es perfecto y está reunido en una única persona. Su aspecto. Su situación personal. Su oficio. Su personalidad. Sus puntos fuertes y débiles. Todo coincide, todo es perfecto, todo es tan idóneo que se te eriza el vello de la nuca y un suave cosquilleo te recorre el estómago. Casi como una quinceañera en celo.

Le conocí por casualidad en un acto benéfico. Recogían fondos para paliar los efectos del último huracán que había azotado un país periférico. Él era RRPP del grupo financiero que organizaba el evento y yo sacaba fotos.

Algunas cosas encajaron rápidamente. Su aspecto era impecable y delicioso. Alrededor de 38 años y 1.85. Pelo oscuro y abundante. Mandíbula marcada. Afeitado. Manos grandes. Fuerte. Se notaba a través de un traje de buen corte que era asiduo al gimnasio. Sonreía constantemente, reía alto. Acaparó mi atención de inmediato.

Me gustan los hombres que se cuidan y que tienen un cierto sentido del estilo. El traje le sentaba bien, realzaba la elegancia natural de sus movimientos. La colonia iba bien con su aspecto, fresca y fuerte. No parecía tímido, sabía que su físico era bueno y lo explotaba. Se acercaba más de la cuenta para hablar con las mujeres, mantenía contacto físico simpre que le era posible. Lanzaba halagos sutiles. Jugaba con ellas como si no tuviera importancia. Antes de que me dirigiera la palabra ya había decidido que me lo quería quedar. Tenía algo innato. Su forma de quedarse quieto, de mirar. Me gustaba. Me gustaba mucho. Irradiaba confianza. Irradiaba esa sensación de estar absolutamente satisfecho consigo mismo, de gustarse, de disfrutar siendo él. Eso me gustó mucho.

Tenía un punto de arrogancia. No era nada claro, nada marcado, sino una vaga sensación. Era delicioso estudiarle. Esa arrogancia contenida me decía que era inteligente. Eso es algo que considero muy deseable. Un hombre inteligente es un hombre que puede comprender perfectamente lo que voy a hacer con él, un hombre que puede saber lo que cada uno de los pasos supone, sentirlos. Esto aumenta su sufrimiento.

Nos presentamos y sus primeras palabras para mí prácticamente resbalaron de sus labios, mientras casi me abrazaba para darme dos besos.
- Vaya... así que eres tú? Me alegro mucho de conocerte.

Habíamos intercambiado e-mails de trabajo. Sus palabras venían con una sonrisa y su mano se quedó en mi cintura más de lo que era necesario. Su tono indicaba que no tenía ni idea de quién era, no llegaba a ser ofensivo pero estaba al límite. Era como si buscara exactamente eso. Estaba acostumbrado a conseguir siempre lo que quería. Era perfecto.
- Yo también me alegro mucho. De verdad.

Hablé bajo para hacer que se acercara para poder oírme. Sonrisa amplia, sincera. He de esconder las ideas que me cruzan la mente. Me gustan los hombres satisfechos de sí mismos. Me gustan los hombres que creen que lo tienen todo, porque merecen todo. Satisfechos, confiados, arrogantes. Es una combinación tan deliciosa como belleza, juventud e inocencia.

Me quedé más de lo que me hubiera hecho falta por mi trabajo. El vino era bueno y conocí a un par de hombres interesantes, pero ninguno lo suficiente como para quitármelo de la cabeza. No hizo falta, acabó viniendo a mí y ofreciéndome una copa más.
- Te aseguro que no estoy intentando nada contigo. - Me dijo, sonriendo.

- ¿No quieres nada conmigo? Vaya... qué decepción. - Mantengo la mirada seria durante un par de segundos antes de sonreír. No puedo evitar reír. - No te preocupes, la mayoría de mis amigos son hombres, los prefiero a las mujeres.

Charlamos de tonterías. Asiento y sonrío, observándole. Me derrite.
- Quizá no vas a intentar nada conmigo "por ahora".

Nos reímos de nuevo. Acabamos intercambiando teléfonos antes de marcharnos. Le doy un abrazo y él me abraza también, fuertemente, apretándome contra su cuerpo para sentir mis pechos. Me marcho antes que él para que pueda observar. Sé que no decepciono.

* * *
Ahora no es el momento, he de esperar que llame. Voy a quedar con él en un bar y, desde ese momento, le daré exactamente lo que quiere. La mayor maldición de los dioses consistía en dar a los hombres lo que querían. Él todavía no sabe lo que quiere, pero se lo voy a dar y ése proceso va a destruirle para que yo pueda relamerme disfrutándolo.


2 observaciones suspicaces:

Dorita dijo...

Y algunos se preguntan porqué tantas ganas de morder...

La Sin Nombre dijo...

Tú no te marchabas cariño?