viernes, septiembre 21, 2007

#49

- ¿Bambú?
- Sí, me voy a por bambú.
- ¿Cómo que te vas a por bambú?
- Sí, coges una cañita de esa rama que comen los osos panda.
- Aha.
- Pues coges la susodicha cañita y la aplicas sin piedad sobre las posaderas de la princesita oscura de turno, hasta que empape su tanguita. Luego dios dirá. No te habré asustado, ¿verdad?
- No.
- Bueno, entonces nos podemos tomar unas cañas, y que dios diga.

miércoles, septiembre 05, 2007

#48

A veces he grabado mis polvos en vídeo. Me mudé hace poco, tras el divorcio, y hoy, entre las cajas, he encontrado un par de cintas. Las guardé durante varios años en mi cajón de la ropa interior. En ellas follo con el hombre con el que estuve antes de mi marido. Me las he puesto después de comer. Son graciosas. Tan pronto me da un bofetón como me da un beso, me dice que me quiere mientras me da vario azotes en el culo. Es extraño cómo funciona la mente humana. Me fascina ver cómo me da bofetones en la cara y me quedo tan pancha y sonriente. Unos meses más tarde, le echaría de mi casa por hacer precisamente eso: discutíamos y me dio una bofetada. Le dije que se largara y no volviera. No era lo mismo.

martes, septiembre 04, 2007

Las niñas buenas a veces van a lugares así

Tenía 15 años y debía ser, si mis cálculos no son erróneos, el año 1995. Al igual que soy la conductora más peligrosa de cuantas circulan a 50 por hora, era la niña inocente más puta de cuantas correteaban en la playa. El amor eterno duraba dos semanas, el tiempo que el chico de Madrid estaba ahí; luego se marchaba de vuelta y tras llorarle dos días llegaba el fin de semana. Con el fin de semana llegaban los alemanes, otros madrileños, otros chavales y yo seguía ahí. Conocí a un par (no en el sentido bíblico). De hecho, eso fue antes, pero no importa. Conocí a un chico tras no pasar luto por el amor de mi vida de esa quincena, él se pasó lo que quedaba de verano quitándome el sujetador y metiéndome las manos bajo las bragas. Después llegó el otoño, con el otoño, los supermercados. Todo el mundo sabe que los supermercados florecen en otoño, son de ciclo inverso. Con los supermercados, no por cuestiones lógicas, llegó el que nos acabáramos pegando el lote en los baños de uno de ellos. Él tenía 17.
- ¿Quieres hacerlo?
- Vale

Mi muletilla cuando algo me causa dolor es “duele como el infierno”. Eso no dolía tanto, pero lo que era dolor lo aprendí más tarde. Dolió. Fue incómodo, molesto y, sobre todo, desconcertante. Vale, me la ha metido, ¿ahora qué narices hago? ¿Esto cómo funciona? Recuérdese que dije inocente y dije puta. Tuve mi primer polvo antes de haberme masturbado una sola vez, a masturbarme me enseñó él, más adelante. No tenía ni idea de cómo iba eso, ni esto, ni nada, sólo los conocimientos anatómicos básicos y la clara noción de que las abejas y las flores no pintaban nada. Lo hicimos y él fue muy feliz y yo realmente no sentí nada, me importó tanto como me podía haber importando elegir un perfume. Probablemente el perfume me importe más.

Pasó el tiempo y él seguía encoñado y yo volví a mi pueblo. Pasó el tiempo y nos escribimos y nos llamábamos y todo era muy bonito. Hablábamos de escritores anarquistas y escuchábamos extremoduro. Al final me cansé de él y le mandé a paseo, pero no quiso irse.

Hay que aclarar una cosa. Era un chaval de 17 años con un serio problema de megalomanía. Contaba, tranquilamente y totalmente convencido, que él era una persona mesiánica que iluminaba el camino a la gente, porque las personas estaban podridas pero él sabía muchas cosas. Así que un día cogió su moto y se hizo 500km hasta mi casa. Pasó un par de días durmiendo en el parque que había cerca y yo los pasé esquivándole, hasta que sus padres llamaron a mi casa, acabaron conociendo a mis padres y yo aún paso vergüenza al recordar todo el incidente.

Al cabo del tiempo llegó otra vez el verano y él se dedicó a buscarme. Me buscaba en la playa, en mi casa, en los bares. Aparecía por las esquinas. Me seguía por la calle. Me insultaba sin utilizar insultos y me ponía nerviosa sin que hiciera nada que pudiera reprocharle, al menos entonces. Un día, no recuerdo bien cómo, acabamos juntos en una casa deshabitada que había en las cercanías. La usaban a veces para irse allí a fumar canutos. Le recuerdo encima mío, subiéndome la camiseta y recuerdo decirle que parara. Recuerdo intentar soltarme y no poder y notar el peso de su cuerpo, más pesado que nunca. Recuerdo que él se reía porque quería irme y no podía. Me puse la ropa de nuevo cuando él me dejó, me marché cuando él quiso. No lo hablé con nadie y ahí queda, un recuerdo más. Moraleja: no folles en supermercados o acabarán violándote en una casa okupa.