domingo, febrero 07, 2010

#68 - 3 Reeditado



Si se le había ocurrido pensar que no me pondría falda y tacones y que aparecería con vaqueros y zapatillas, estaba muy equivocado. No elegí mis tacones más altos, pero sí unos de aguja que bastaban para igualar su altura. Lo bueno de los tacones es que realzan las piernas, la curva de la cadera y hacen que andar sea más sinuoso. Para favorecerlo los acompañé de un vestido oscuro, un poco por encima de la rodilla, la falda tipo lápiz y la espalda abierta. No quería una falda demasiado corta, no puedo parecer fácil porque no lo soy, sólo lo suficiente como para que se suba por los muslos al sentarme y la haga interesante. La espalda abierta es un gusto personal, sé que la tengo bonita y causa ideas. Si se fija en el lunar, sé que está mirando. Elegí un colgante azul con cadena de plata que caía justo entre mis pechos. El perfume era floral y sofocante. El maquillaje, sencillo, excepto los labios. Algo de rimmel para realzar las pestañas, la línea oscura enmarcando el ojo, pero nada más. Quiero que entienda mis ojos, no esconderlos. La boca es otra cosa. Una línea alrededor, de un tono ligeramente más claro, para hacerlos más anchos. Un primer color, rojo sangre, mate. Un segundo tono brillante para hacerlos suculentos. Me pinto los labios con pincel, me gustan perfectos. Como todo. Para ser perfecta, además, tenía que llegar tarde. Me entretuve despeinándome y volviéndome a peinar hasta llegar a ese punto de naturalidad descuidada pero favorecedora.

Llegué tarde para que me viera llegar y para sonreírle mientras entraba, sonriendo a los otros hombres que me miraban, quizá deteniéndome un poco, hasta llegar, tranquilamente a él. Se puso de pie para saludarme. Dudó un instante al deslizar su mano por mi espalda para acercarme, como suele hacer con las mujeres, para darme dos besos. Sonríe ampliamente.
- Madre mía, estás preciosa.
No me aparto y apoyo las manos sobre sus hombros. Nos acercamos más de la cuenta a nuestras bocas al darnos los besos. Ha estado fumando y se ha comido un caramelo de menta. Se preocupa por darme una buena impresión. Me acerca y mis pechos se apoyan en su pecho. Se me acelera la respiración porque casi puedo saborearle ya. Me controlo, me relajo. Sonrío secamente, simplemente amable. No te confíes, Miguel, no pienses que ya lo tienes todo hecho, porque no tienes nada.

- Muchas gracias, Míguel, - cambio a propósito al acento en su nombre de sitio. - Qué guapo vienes tú también. No sabes cuánto me alegro de verte.

Parece que viene directamente de la oficina. Traje clásico y camisa. Sin corbata. Los zapatos impecables. Él es impecable.
- ¿Qué te apetece tomar?
- Pídeme un vino blanco. ¿Te importa que me siente?

Me dirijo al sitio donde estaba él sentado, junto a la pared y me deslizo por él mientras se levanta para pedir el vino en la barra. Me doy la vuelta para coger el bolso, dejo que observe la línea de la espalda mientras cruzo las piernas. Duda dónde sentarse y se decide por acercar una silla a mi lado.

Charlamos de insustancialidades. Su semana, la mía. Saco un espejo, miro mi maquillaje, pero no lo retoco, sólo dejo de prestarle atención mientras habla. Quiero ver cómo reacciona. Se calla, espera a que acabe y sigo hablando. No sólo soy sádica por el mero placer de causar dolor físico. Hay dolores más profundos, más insondables, más difíciles de conseguir. Hace falta observar a la gente, conocer sus miedos, sus espectativas, sus seguridades y degollarlas.
- ¿Te apetece que pasemos unos días fuera, juntos?

No le veo el sentido a dejar las cosas para luego. Se le iluminan los ojos un momento.
- ¿Unos días o un fin de semana?

Suspicaz.
- Unos días. - No le sonrío pero le clavo la mirada en los ojos. La sostiene. Se siente seguro. Le gusta el juego.
- Puedo cogerme unos días libres en el trabajo. Lo miraré el Lunes.

Asiento y doy por zanjada la cuestión. Bebo un poco de vino. Es dulce y afrutado. Hay un silencio que espero se le haga incómodo. Me levanto y me bajo la falda un poco.
- Gracias por la copa. - Me inclino, mi escote en línea con su cara unos momentos. Espero que lo vea para darle dos besos. - Llámame cuando sepas cuándo tienes unos días libres.

Y con eso, me marché, el abrigo en la mano.


* * * * *

El aire frío de la noche en la espalda desnuda me provocó un escalofrío. Me paré a ponerme el abrigo. De nada serviría todo esto si me tenía que pasar una semana en la cama. La idea de Miguel trayéndome sopitas no era exactamente lo que buscaba. Fue tiempo suficiente como para que saliera del bar y viniera tras mío. Por el sonido de sus pasos, venía entre indignado e incrédulo.

- ¿Pero por qué cojones te vas?

La desorientación le sentaba bien. Le hacía perder un poco su compostura, tan estudiada. No estaba acostumbrado a que no le dieran lo que quería. Tuve un arrebato de dramatismo cinematográfico y me acerqué a susurrarle al oído.

- Me muero de ganas de que me folles. – Silencio. Esperar un momento. Su cerebro tiene que procesar la información. Esta situación suele ser inversa. La finalidad sigue siendo follar. Situación correcta. Situación aceptada. Los hombres son tan lentos…

- Podemos ir a mi casa ahora. – Demasiado simple, querido. Niego con la cabeza.

- Cuando eso ocurra, necesitaremos al menos varios días, te lo garantizo; y antes tendremos que hablar de cómo quiero que me folles.

No le gusta perder la iniciativa pero le agrada la idea de unos días encerrados follando. Hubiera preferido dejar esta situación para más adelante, pero si ha de ser ahora, se hace. El frío empieza a hacer mella, intento no tiritar. Quiero irme. Tengo frío.

- Vuelve dentro conmigo y hablamos de eso.

- No, ahí hay demasiada gente. Si quieres hablar, vamos a otro sitio.

Veo un taxi parado en el semáforo. Le hago una seña para que pare. Miguel me abre la puerta y se sube. El calor del interior me permite volver a sentir las piernas. Le doy al taxista la dirección y nos vamos.

2 observaciones suspicaces:

N. dijo...

¿Y a dónde le llevará?

Esto es mejor que un serial venezolano.

Katriuska dijo...

Coño, N, no compares.