martes, febrero 02, 2010

#66 - 2

Cuando llegamos todavía no me había dejado sacármela de la boca. La boca me sabía a corrida. Se me deslizaba por la barbilla. La notaba pegajosa en la cara. Todavía llovía. Era una casa de pueblo en mitad de un pueblo vacío.

- Deja tus cosas en el coche, no te hacen falta.

Asentí, limipiándome la cara.
- Eso tampoco te hace falta.

Me quedé sentada escuchando la lluvia sobre los cristales. Iba a empaparme si salía así del coche. Estaba descalza, el suelo embarrado. Él me observaba, probablemente riéndose por dentro, desde la puerta. Se debía reír tanto por dentro que no pudo evitar reírse por fuera. Me gustó oírle reír.
- No voy a estropear el momento dejando que te vistas. Espera.

Volvió al coche con una manta. Me arrebujé en ella y me dejé llevar dentro en brazos. Como toda una señora. Muy puta quizá, pero muy señora. No podía evitar preguntarme en qué antro de perversión me adentraba.

La casa parecía cómoda. La puerta daba a la cocina. Había un salón bastante grande, de esos que tienen chimenea y dos puertas a las habitaciones. Me paseé, enroscada en la manta, mirando los libros mientras él encendía la chimenea. Había una primera de Alberti, un intonso, reencuadernada a medio cuero con cuatro nervios en el lomo y letras doradas. Había otras rarezas. Me gustó. Cuando me cansé de recorrerlos, me senté a su lado, estudiando si las llamas cogían cuerpo o no.


- Hoy es tarde. Acercaré el colchón aquí. Dormiremos y mañana será otro día.

Me quedé dormida mirando el fuego, ligeramente decepcionada, pero era cierto que mañana sería otro día.

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