domingo, marzo 07, 2010

#79 - No quiero divorciarme


Su cara era un cuadro de arrepentimiento, alguna lágrima fugaz recorriéndole las mejillas, la mirada gacha, la pose contenida. Las rodillas juntas, las manos en el regazo, la mirada de niña arrepentida por haber roto un plato. Lo malo era que ella sabía que había roto toda la vajilla.


Su marido, el Sr. Reinsfeld, debía rondar los ochenta años cuando se casaron. Un flechazo, dijeron en las columnas de sociedad. Ella, modelo de profesión, ya entrando en la edad en que las jovencitas toman el relevo, incluso existiendo la cirujía estética. La moda de utilizar a actrices famosas como modelos parte también de su caída, en picado, desde las pasarelas de París hasta la caza del marido rico. El primer intento de marido rico fue fallido. Cometió el error de pensar que, realmente, dejaría a su mujer para casarse con ella. Con el segundo no cometió ese error. Lo buscó viudo. No tardó mucho en convencerle de que sus largas pestañas, sus interminables piernas y sus gruesos labios sólo existían para él y, en la primavera del 2040 se casaron con gran revuelo y cobertura de los medios. Las cosas han de ser recíprocas, así que él sólo debía existir para ella, todo él para ella. Él venía en un pack, con gran casa en la playa, grandes coches, grandes tarjetas platinum con grandes límites de gasto.

Aunque su amor era para siempre, por supuesto, sus abogados no le permitirían casarse sin unc contrato prenupcial adecuado. Ella debía comprenderlo. Se le asignaba un sueldo mensual de 20.000€, derechos de herencia en caso de su fallecimiento, pero todo esto se le negaba en caso de divorcio. Pero no era importante porque su amor era para siempre y eso no iba a pasar. También debía mantenerse fiel. Cualquier infidelidad invalidaría sus derechos sobre las propiedades de él.

Por eso hoy su abogado estaba aquí. Y él de ella. Y ellos dos. La razón había sido el chico que venía a limpiar la piscina. Jovencito, bronceado, y quien accidentalmente se dejó caer sobre o dentro de ella con tan mala planificación que coincidió con una mañana en que su marido decidió volver pronto para sorprender a su querida esposa. Se sorprendieron mutuamente.

Jonás sabí que el contrato estaba blindado. Lo había escrito él mismo. Tampoco se tragaba absolutamente nada de la pose de la Sra. Reinsfeld. Dejó de creer en las niñas arrepentidas en algún momento de preescolar, cuando descubrió de qué iba realmente la cosa. La cosa iba de ellas queriendo dominarlos a todos a base de pucheritos y chantajitos emocionales. El Sr. Reinsfeld sería un viejo verde y estúpido por dejarse convencer por una ramera tan obvia, pero él no es lo iba a poner más fácil.

Danae era otra cosa. Ella había aprendido derecho con él. Había sido su becaria y, después, otras cosas. Había subido alto y rápido aunque, claro, los trucos sucios del oficio venían de él. No debería ser complicado controlarla.

Reinsfeld no miraba a su señora, o futura ex-señora. Eso se lo recomendó Jonás.
- No la mire ni por un instante. Usará todas sus armas para convencerle de que lo siente. Usted recordará la criatura bella y frágil que amó. Olvidará la criatura que le traicionó. No la mire, es como la Medusa Gorgona. Le convertirá en piedra y jamás podrá escapar.

Ella buscaba sus ojos como un cachorro abandonado. Él no la miró ni un instante pero se estaba derritiendo de todas formas. Su actuación fue absolutmente convincente. Sus llantos, respiraciones entrecortadas por la emoción, por la culpa, estaban medidas con compás para introducirse entre las súplicas de perdón. Su voz parecía surgir de lo más profundo de su corazón, sus ojos verdes, verdes como un lago en el que perderse, brillaban con la posibilidad de redención. Jonás la observaba con estoicismo o, quizá, con absoluto desinterés. Estaba jugando al chantaje emocional, la niña descarriada que ha hecho algo malo, pero no demasiado importante, y que volverá al redil si la perdonas y nunca, nunca, nunca más te hará enfadar y será tuya para siempre. Una actuación estupenda, la mejor que Jonás había visto. Era buena, era más que buena, era la mejor. Le hacía falta, se jugaba millones.

Y él se derretía. Jonás decidió darle movimiento al asunto.
- Estupendo. Por favor, firme esto.
- Por supuesto, - dijo ella, cogiendo los papels.

Danae, su abogada, es lanzó sobre ellos como una fiera. Poli bueno, poli malo. Un clásico. Probablemente su idea era aguantar hasta que Reinsfeld no soportara más las lágrimas de su mujercita y volviera como un perrito faldero a sus brazos, renunciando al contrato pre-matrimonial o permitiendo negociarlo. Danae devoró el documento.
- ¿Qué es esto de aparatos de castidad?

La señora Reinsfeld se salió de personaje.
- ¿Castidad?
- No es negociable, - cortó, tajante, Jonás -. El Sr. Reinsfeld ha de estar seguro de que la Sra. Reinsfeld le será fiel.
- Inaceptable. Esto es una petición machista y bárbara. Llámennos cuando estén dispuestos a vivir en el s.XXI.
- Que tengan buen día. Hasta luego señoras.

... continuaré escribiendo mañana...

2 observaciones suspicaces:

Dorita dijo...

Castidad...
Que bonita ilusión.

El Anacoreta dijo...

Huz huz!

Alucinante la foto, te la he robado para mi nueva aventura "blogueril".

¡Y a ver si terminas con esta historia, que últimamente estabas muy activa!

Besos de tu orko favorito.