jueves, junio 08, 2006

#15.3

Y por fin quedamos. Despeinada, acalorada y con sueño. Sin maquillar y después de todo el día dando vueltas por Madrid. Si lo planeo peor no me sale. Él llegó, encantador y sonriente, y empiezo a creer que es una trampa.

Si ya tengo todo el trabajo hecho, esto no tiene mérito. Si ya quiere liarme, ¿qué narices estoy haciendo? ¿Dejarme liar? ¿Engañarme? No valgo para seducir. No recuerdo qué cómico cutre era el que en un monólogo decía que a las mujeres les gusta el sexo, bueno; a los hombres les gusta el sexo, mucho. Cantidad, he ahí el baremo. Cuanto más, mejor, no importa de dónde venga, el sexo es sexo y todo él es bueno.

Me quedé sin saber qué hablar con él, porque todo lo que quería hablar ha quedado desfasado por las dos semanas de lapsus entre llamarle y conseguir quedar. Igual se hacía el estrecho.

Hablamos de tonterías. Me interesé por su vida. "Quiero conocerte mejor". Háblame de ti, porque yo no sé qué decir. Voy a sonreír, asentir y dejar que la situación me lleve un poco.

- No, si a mí me gusta que me muerdan.
- Díos, mujer, no me digas eso.
- Si es la verdad.
- No me lo digas.
- Excepto cuando sale sangre, pero el punto justo anterior a éso es muy divertido. Cuando duele pero entre tanto calentón no importa. ¿No te pasa a ti que hay días más brutos que otros?

Y me mira. Y me sonríe. Y no sé quién es caperucita y quién es el lobo, porque, francamente, esto empieza a ponerme. Me pone de forma retroactiva por un gesto que tuvo al despedirnos. Sólo un gesto. Siempre abrazo a mis amigos, les doy un beso en el cuello, o quince, lo que cuadre. La cantidad es directamente proporcional a las ganas que tenga de verles, al tiempo que haga que no les vea o a lo altos que sean. Si son bajitos, el beso es en la mejilla.

- No me muerdas. - No entiendo qué le hizo pensar que le iba a morder. Tal vez porque una vez sí lo hice, una noche, de madrugada, con las endorfinas saliéndome por las orejas en mitad de una fiesta. La culpa fue del corsé y los tacones, que siempre me ponen más golfa que los vaqueros y las zapatillas.
- No te voy a morder. - No pensaba hacerlo, pero ahora me tentaba. Olía bien. Me recordaba a una secuencia de Revenant, donde acaban revolcándose encima de un coche, llenos de sangre y flujos varios. - No te voy a morder, palabra.

E hizo el gesto. Me cogió el pelo pasando la mano por detrás de la nuca y me lo dejó, a un lado, por encima del hombro. Entonces sí me dio el abrazo y yo le cogí de la barbilla y le di un beso en cada mejilla. Ese gesto fue un tanto. No creo que lo sepa, yo no tengo claro por qué, pero si las circunstancias fueran otras, estuviéramos en la puerta de mi casa, después de cenar, beber, hacer cualquier cosa y nos fueramos a despedir, sería mi momento de cambiar de opinión e invitarle a subir a tomar la última.

Maldito gesto. Lo llevo maldiciendo desde ayer, porque alimenta mis fantasías.

Me fui sin mirar atrás. Sé que estaba sonriendo porque hice trampa y miré por el rabillo del ojo.

Voy a perder la apuesta. Va a querer liarse conmigo, sí, y yo también. Mierda. No valgo para femme noir, viendo la muerte desde la perspectiva del gangster, perdida entre sombras y serie B.

1 observaciones suspicaces:

Maik Pimienta dijo...

Ya me creía ignorado, me alegro de que te hayas pasado por el blog, y haber tocado un poquito tu fibra, que no otra cosa. Ya sabes que estás en tu casa. Por cierto, al final no podrás? Yo te animo a hacerlo.