sábado, marzo 27, 2010

79 - No me quiero divorciar (ii)


Parte I aquí.


La posible ex señora Reinsfeld fue la primera en echarse atrás.
- Espere un momento.

Danae la miró ojiplática pero reaccionó como la profesional que creía ser.
- No estás siendo razonable, Jonás. Jamás conseguirás que ningún juez apruebe este contrato. No pasaría ningún control sanitario. Higiene femenina.

Jonás abrió una maleta sobre la mesa, llena de juguetes reluciente.
- Bienvenidas al s.XXI. Diseñadas por mujeres, para mujeres, teniendo en cuenta todas las necesidades de higiene y seguridad. Ligero, discreto y cómodo. Lea sobre los productos, por favor.

Le tendió un tríptico explicativo con fotografías a todo color. La Sra. Reinsfeld lo cogió con asco.
- Esto es completamente rídículo, - gritó Danae, pero su clienta le clavó la mirada.
- Si nos vamos, no habrá ocasión de volver.
- El Sr. Reinsfeld comprende que su esposa requerirá de distracciones para mantenerse ocupada y debería recibir mensualmente 35.000€ en lugar de la cantidad actual, - añadió Jonás.

La cara de Danae se torció en un gesto de rabia.
- No se trata del dinero -. Su clienta le hizo un gesto para que callara. Un pisotón para ser concretos. Danae pudo leer lo que estaba pensando, alto y claro. El Sr. Reinsfeld iba a cerrarle la entrepierna con llave, pero tarde o temprano volvería a abrirla. Tiene cerca de noventa años. Ella podría quejarse, lloriquear y darle la lata hasta que claudicara. Esperaba salir del cinturón de castidad en menos de un mes y, en menos de un año, haberse ganado su confianza de nuevo y poder volver a hacer su vida, al margen de su matrimonio.

- Un 15% de sus propiedades, si le pasase algo, dios no lo quiera, al Sr. Reinsfeld y se queda una copia de la llave en mi oficina en caso de emergencia.
- 10% y no hay llave, - contestó Jonás.

Danae se atragantó.
- Estamos negociando sobre el cuerpo de una mujer.
- 10% entonces o pueden disfrutar la puerta. Tiene unos treinta años, puede dar otro braguetazo si consigue ahorrar lo suficiente para cirugías.

Danae apeló al marido.
- Está realmente arrepentida de lo que pasó y más que ansiosa de compensárselo. 15% y usted tendrá una esposa muy, muy atenta y muy, muy cariñosa durante el resto de, dios quiera, su larga vida.
- El cinturón se pone ahora como muestra de buena fe, - dijo Jonás - y el resto del contrato estará listo a final del día.
- Trato hecho.- Miró la maleta con curiosidad. - ¿Viene con instrucciones?
- Es bastante sencillo. Es cuestión de poner las cosas donde parece que van. Estaré aquí si tienen algún problema o pregunta.

Las dos se llevaron el aparejo a una esquina discreta con un biombo. El tamaño del aparato era considerable. Tenía un plug con forma de pene y una cubierta que cubría toda la zona genital, clítoris incluido, con sólo una pequeña obertura para orinar. Tuvieron dudas respecto al plug anal, pero probablemente el tener que poner y quitar cada vez que quisiera ir al baño sólo haría que se cansara antes del invento.

- Bien, estamos listas, - anunció Danae, volviendo y clavando los ojos en otra maleta. - ¿Eso qué es?

Jonás negó. Reinsfeld estaba inmutbale. - Es su nueva mordaza. Dado que la Sra. Reinsfeld parece aficionada a dar placer oral a sus visitas, el Sr. Reinsfeld necesita estar seguro de que su boca y sus manos están bajo control.
- ¿Manos?

Abrió del todo la maleta, donde vieron un corsé con sujeción para los brazos.
- El corsé garantiza que Nora mantenga una línea perfecta y bella. Está diseñado para poder llevarlo durante largos periodos de tiempo. El Sr. Reinsfeld proveerá para que todas sus necesidades estén cubiertas.

Dejó el corsé sobre la mesa y giró su silla, una vez más.

La Sra. Reinsfeld tardó un rato en conseguir ponerse el corsé pero admitió que a pesar de ser muy apretado, era muy cómodo. Sus nuevas curvas relucían bajo el vestido.
- ¿Y los brazos se sujetan detrás?

Jonás asintió y observó a Danae deslizar los brazos de la Sra Reinsfeld dentro de una larga manga que los unía en uno, imposibilitándole el movimiento. Cuando cogió la mordaza, le sonrió dulcemente al Sr. Reinsfeld antes de abrir la boca para encajarla. También tenía forma fálica, larga y ancha, pero ella la encajó como la profesional que era.

- Bien, todo en su sitio, ¿y ahora cómo le damos la llave?

Jonás cruzó la habitación hasta ellas y pidió un momento. Colocó la mano tras la cabeza de la Sra. Reinsfeld, apretó el centro de la mordaza y mantuvo la presión. Contó silenciosamente hasta veint, hasta sentir una pequeña vibración bajo los dedos que le indicaban que en diez segundos el sistema estaría activo. Contó hasta once. Entonces fue cuando ella se retorció de dolor y él retiró la mano.
- El sistema está bloqueado.

domingo, marzo 21, 2010

Como decíamos ayer...

... el arte bizantino y la historia medieval me tienen entretenida, entre fotografía y fotografía.


Vuelvo en algo más de un día.


domingo, marzo 07, 2010

#79 - No quiero divorciarme


Su cara era un cuadro de arrepentimiento, alguna lágrima fugaz recorriéndole las mejillas, la mirada gacha, la pose contenida. Las rodillas juntas, las manos en el regazo, la mirada de niña arrepentida por haber roto un plato. Lo malo era que ella sabía que había roto toda la vajilla.


Su marido, el Sr. Reinsfeld, debía rondar los ochenta años cuando se casaron. Un flechazo, dijeron en las columnas de sociedad. Ella, modelo de profesión, ya entrando en la edad en que las jovencitas toman el relevo, incluso existiendo la cirujía estética. La moda de utilizar a actrices famosas como modelos parte también de su caída, en picado, desde las pasarelas de París hasta la caza del marido rico. El primer intento de marido rico fue fallido. Cometió el error de pensar que, realmente, dejaría a su mujer para casarse con ella. Con el segundo no cometió ese error. Lo buscó viudo. No tardó mucho en convencerle de que sus largas pestañas, sus interminables piernas y sus gruesos labios sólo existían para él y, en la primavera del 2040 se casaron con gran revuelo y cobertura de los medios. Las cosas han de ser recíprocas, así que él sólo debía existir para ella, todo él para ella. Él venía en un pack, con gran casa en la playa, grandes coches, grandes tarjetas platinum con grandes límites de gasto.

Aunque su amor era para siempre, por supuesto, sus abogados no le permitirían casarse sin unc contrato prenupcial adecuado. Ella debía comprenderlo. Se le asignaba un sueldo mensual de 20.000€, derechos de herencia en caso de su fallecimiento, pero todo esto se le negaba en caso de divorcio. Pero no era importante porque su amor era para siempre y eso no iba a pasar. También debía mantenerse fiel. Cualquier infidelidad invalidaría sus derechos sobre las propiedades de él.

Por eso hoy su abogado estaba aquí. Y él de ella. Y ellos dos. La razón había sido el chico que venía a limpiar la piscina. Jovencito, bronceado, y quien accidentalmente se dejó caer sobre o dentro de ella con tan mala planificación que coincidió con una mañana en que su marido decidió volver pronto para sorprender a su querida esposa. Se sorprendieron mutuamente.

Jonás sabí que el contrato estaba blindado. Lo había escrito él mismo. Tampoco se tragaba absolutamente nada de la pose de la Sra. Reinsfeld. Dejó de creer en las niñas arrepentidas en algún momento de preescolar, cuando descubrió de qué iba realmente la cosa. La cosa iba de ellas queriendo dominarlos a todos a base de pucheritos y chantajitos emocionales. El Sr. Reinsfeld sería un viejo verde y estúpido por dejarse convencer por una ramera tan obvia, pero él no es lo iba a poner más fácil.

Danae era otra cosa. Ella había aprendido derecho con él. Había sido su becaria y, después, otras cosas. Había subido alto y rápido aunque, claro, los trucos sucios del oficio venían de él. No debería ser complicado controlarla.

Reinsfeld no miraba a su señora, o futura ex-señora. Eso se lo recomendó Jonás.
- No la mire ni por un instante. Usará todas sus armas para convencerle de que lo siente. Usted recordará la criatura bella y frágil que amó. Olvidará la criatura que le traicionó. No la mire, es como la Medusa Gorgona. Le convertirá en piedra y jamás podrá escapar.

Ella buscaba sus ojos como un cachorro abandonado. Él no la miró ni un instante pero se estaba derritiendo de todas formas. Su actuación fue absolutmente convincente. Sus llantos, respiraciones entrecortadas por la emoción, por la culpa, estaban medidas con compás para introducirse entre las súplicas de perdón. Su voz parecía surgir de lo más profundo de su corazón, sus ojos verdes, verdes como un lago en el que perderse, brillaban con la posibilidad de redención. Jonás la observaba con estoicismo o, quizá, con absoluto desinterés. Estaba jugando al chantaje emocional, la niña descarriada que ha hecho algo malo, pero no demasiado importante, y que volverá al redil si la perdonas y nunca, nunca, nunca más te hará enfadar y será tuya para siempre. Una actuación estupenda, la mejor que Jonás había visto. Era buena, era más que buena, era la mejor. Le hacía falta, se jugaba millones.

Y él se derretía. Jonás decidió darle movimiento al asunto.
- Estupendo. Por favor, firme esto.
- Por supuesto, - dijo ella, cogiendo los papels.

Danae, su abogada, es lanzó sobre ellos como una fiera. Poli bueno, poli malo. Un clásico. Probablemente su idea era aguantar hasta que Reinsfeld no soportara más las lágrimas de su mujercita y volviera como un perrito faldero a sus brazos, renunciando al contrato pre-matrimonial o permitiendo negociarlo. Danae devoró el documento.
- ¿Qué es esto de aparatos de castidad?

La señora Reinsfeld se salió de personaje.
- ¿Castidad?
- No es negociable, - cortó, tajante, Jonás -. El Sr. Reinsfeld ha de estar seguro de que la Sra. Reinsfeld le será fiel.
- Inaceptable. Esto es una petición machista y bárbara. Llámennos cuando estén dispuestos a vivir en el s.XXI.
- Que tengan buen día. Hasta luego señoras.

... continuaré escribiendo mañana...

viernes, marzo 05, 2010

#76 - 4 Mi buen nombre

Parte 1 aquí
Parte 2 aquí
Parte 3, en algún otro lado

La mordaza hacía que baba le cayera por las comisuras de los labios, resbalándole por la barbilla, mientras ella le afeitaba. Sus quejas eran balbuceos incomprensibles. Como respuesta a sus palabras incomprensibles, incomprensiblemente, ella empezó a masajearle los huevos. Se le puso dura.

- Así que soy buena peluquera, - dijo, mientras apagana la maquinilla. Él echó la vista abajo. Liso como un niño, su polla, quizá con pensamiento propio, erguida con orgullo en mitad de ese gran vacío, como si fuera el mástil de una bandera a punto de ser clavada para reclamar el mundo como suyo.

Ella admiró su trabajo con una sonrisa entre divertida y despectiva. Una mirada similar a la que hubiera tenido Miguel Ángel si su David hubiera tenido por modelo un jorobado deforme con lepra. Parecía pensar que le faltaba algo. Marchó.

Él intentó soltarse de sus ataduras, pero fue inútil. Tampoco le dio tiempo a mucho más que intentarlo en vano antes de que ella volviese con un pequeño arnés con anillas.

- Quieto, - dijo, con una risilla contenida.

Se seguía riendo cuando metió sus huevos por entre las anillas. Con ellas y con el arnés, los subió, todavía más erguidos tanto ellos como su polla y los fijó a su cintura.

- Mucho mejor, así podrá verla todo el mundo.

Fue en el momento en que procesó esa frase cuando las lágrimas le vinieron a los ojos. ¿Quiénes eran "todo el mundo"? Con la barra entre sus piernas no podría ocultarse de ninguna manera. Ni siquiera una tan patética como ésa.

- Ahora escúchame atentamente, cariño.

Acobardado, escuchó con sus cinco sentidos. Extendió una de sus pequeñas manos, con uñas largas, pintadas de color oscuro y él cerró los ojos, asustado por lo que pudiera hacer. Acarició su polla, despacio, como un susurro, unos momentos antes de bajar para acariciarle los huevos.

Se podía entender, a pesar de la mordaza, que gemía. Gemía mientras ella le excitaba para dejarle a punto de un orgasmo y parar. Gemía, temblando, esperando más. Lo recibía sólo para que volviera a serle negado.

- Me imagino que ahora mismo te gustaría que te la chupara. Supongo que muchas lo han hecho, por una razón u otra. Hoy no es un día de esos, cariño. - Cesó por completo -. Creo que bastará. Está dura y gotea un poco. Tardará mucho en bajarse entre las anillas y algo que puse en la mordaza. Estará dura mucho, mucho, mucho tiempo, para que todo el mundo pueda verla.

Le miraba a los ojos, a su altura. Él temblaba y le dolía todo por el orgasmo denegado. Le dolía por las anillas que apretaban. Le dolía porque quizá nunca antes había estado así de dura.

- Voy a bajarte por ese ascensor por el que viniste y te voy a llevar hasta la puerta para que tus mil invitados te vean. Tengo entendido que está lleno de trepas, rémoras, empleados, prensa y competencia. Imagino que tus dos ex mujeres estarán ahí también. Estoy segura que el fotoshoot será espectacular.

Las lágrimas caían a raudales y gritaba en la mordaza, aunque no se entendiera nada, suplicándole que no lo hiciera. Ella se puso tras él y le colocó algo en el cuello que se le clavaba tanto en la barbilla como en la clavícula.

- Un collar para que mantengas la postura. La cabeza bien alta. No queremos que las fotos salgan mal. Es imprescindible que todos los que te conozcan puedan hacer buenas fotos con sus móviles para mandarlas por facebook a todos los que hoy no pudieran estar. Has de salir bien en los noticiarios de todo el mundo. Estoy segura de que vas a ser el vídeo más popular de youtube esta semana. ¿No crees que todos se extrañarán con que un hombre tan poderoso como tú sea un pervertido así? ¿Que le guste que le aten y le expongan de una manera tan humillante?

El collar le impedía girarse y el miedo, darse la vuelta. Notó un fuerte golpe en la espalda.
- Agáchate, cariño. - Intentó mantenerse erguido -. ¿Quieres más voltaje?

No lo quería. Se dejó introducir algo en el ano. No era demasiado grande ni se introdujo mucho.
- Ponte recto.

Notó que abrochaba algo a las ataduras de sus brazos y un tirón en el ano.
- Te he puesto un gancho. Mientras andes recto no habrá problema. Si intentas encogerte para esconder tu pollita, creo que te hará algo de daño ahí atrás. - Empezó a reír -. Pero qué zorra más mala soy. Supongo que por eso me pagan tan bien, ¿no?

Empezó a recoger sus cosas.

- Creo que es hora de que me marche. Es de muy mala educación llegar tarde, no importa lo rico o poderoso que seas.

Intentó rebelarse, pero apenas podía andar con la barra entre las piernas, y el gancho era una amenaza inminente.

- No seas tonto, cariño. La electricidad no es tu amiga, pero es la mía. Puedo hacer pasar suficiente voltaje como para que duela sin que pierdas el conocimiento y sin que se te baje. Cuando acabase, me estarías rogando que por favor te mandase abajo con tus amiguitos con tal de que parase.

La amenaza quizá no fuera el mayor problema. El problema era el miedo, en todas direcciones. La humillación. La erección. La excitación sincera. La exultante, insultante, erección que clamaba al cielo, a punto de reventar.

- Venga pues, hacia la puerta.

Se dirigió hacia ella con pasos lentos y torpes. Cada paso hacía que el arnés le apretara la polla y que sus huevecillos se balanceasen en el aire. Le dolía levemente el culo. La combinación le ponía. Ella le hizo parar frente a un espejo. Hubiera preferido no verse. Su aspecto era dantesco. Vegonzoso. Ridículo.

- Creo que nunca más podrás ser un cabrón hijo de puta. No sé si podrás mirar a nadie más a los ojos mientras vivas, porque sabrás que se estarán riendo de ti, que te la han visto así, que te han visto así. ¿No es horrible que una sala llena de gente vestida y seria te vea desnudo y duro? Es tan, tan, tan humillante... Quizá me lo puedes contar luego. Puedo llamarte si quieres más. O quizá no.

Le empezó a salir líquido preseminal en mitad de una duda existencial. No sabía si quería correrse o morirse ahí mismo. Le daba igual lo uno que lo otro.

- Pues no la tienes tan grande, por cierto.

Abrió la puerta de la oficina y él lloriqueó, asustado. Tiró de sus huevos para hacerle salir. No tuvo más opción que salir, pasito a pasito, intentando no vomitar de nervios. Su mano se quedó ciñiendo sus huevos. Su perfume se mezclaba con el olor de sudor nervioso y del miedo. La siguió como un perro, cada paso más doloroso que el anterior.

- Venga... que no debes llegar tarde, - rió, dando tirones, hasta el ascensor privado. La cabeza de él se llenó de gritos de "no, por favor, no". Intentó resistirse, pero ella sólo apretó sus huevos más fuerte, hasta que entró al ascensor.

El ascensor tenía un espejo a cada lado. Podía verse reflejado mientras ella apretaba el botón de la planta baja y el del garaje, utilizando sus llaves.

- Siento perdérmelo, pero me están esperando. - Le hizo cosquillas en el perineo con las uñas -. Asegúrate de que sea memorable, cariño.

Las puertas se cerraron. El corazón le latía a cien. Le latían hasta las venas de la polla. Le empezó un tic en el ojo y el orgasmo lo tenía a flor de piel. Quería morirse. Rogó a Dios que se le parase el corazón ahí mismo.

Ella silbaba mientras el ascensor descendía y él creía que se iba a caer en redondo. Se colocó tras de él y le empujó para estar de cara contra las puertas. Le acarició la espalda con las uñas. Él lloraba.
- Creo que estás tan, tan, caliente, que no te falta nada. Creo que te vas a correr en cuanto alguien te roce. Qué vergüenza si te pasa eso, cariño, pero qué vergüenza...

El ascensor bajaba. Iba a pasar de verdad. No era posible, pero estaba pasando. Iba a pasar. Esto era real.

- Esto es lo típico que pasa en las pesadillas, sólo que en tu caso es de verdad.

El ascensor paró. Se le secaron la boca, las lágrimas y el alma con ese parón.
- Empieza el espectáculo, - le susurró al oído. Las puertas se abrieron y, de una solemne patada, le empujó fuera.

Se encontró en medio de un grupo de gente muy confundido. No pudo escapar de sus miradas. Hubo horror pero luego... luego parecían reír. Habían visto que la tenía dura, goteando, a los ojos de todo el mundo. Para cuando las puertas del ascensor se cerraron, empezaron los flahses y las voces.

Su secretaria vino corriendo, en sus ojos una mezcla de preocupación y desprecio. Le cogió por los hombros dispuesta a taparle.

No dijo más que "Señor..." cuando se corrió de manera casi explosiva. Empezó a correrse sin que le tocasen más que ese hombro, eyaculando salvajemente sobre su secretaria, sin poder evitarlo, temblando. Corriéndose en el aire, hacia el público y las cámaras cuando ella se apartó asqueada. Corriéndose solo delante de mil personas y sus cámaras.

Corriéndose, con los ojos cerrados, llorando, deseando estar muerto, pero no funcionaba. Se oían las risas, primero ahogadas y después abiertas. Estaba todavía llorando cuando seguridad vino a taparle con una manta y a llevárselo.

Quien hubiera pagado a esa mujer para hacerle eso, pensaba para sí, debía odiarle tanto que prefirió hacerle esto a matarle. Matarle hubirea sido el camino fácil. Ojalá hubieran elegido el camino fácil.