sábado, enero 23, 2010

Suspiro. Gimo. Me retuerzo y le araño la espalda. No quiero que escape.


Le follo como en un ritual. Llamo a los demonios de sus abismos para que me asistan. Le araño para lamer su sangre y que se haga parte de mí. Cada vez que se corre dentro y gotea por mis piernas es un poco más mío. Sus demonios me ayudan, le desgarran el corazón, le corren las entrañas, se la ponen dura cada vez que me huele en su almohada, le martirizaron con mis ojos cada vez que intentó traer a otra.

Le hago daño y quiero que me lo haga. Es el precio que piden los demonios, suyo y míos, para divertirse con nosotros y dejar que me lo quede. Gimo metiéndomela hasta el fondo, saliendo despacio, recorriéndola. Grito cuando embiste hasta el fondo. Le muerdo la boca y sabe a mí.

Sé que funciona porque le noto fluir. Me atrapa. Me posee y sé que, aunque ahora sea mío, yo tampoco podré huir.

0 observaciones suspicaces: