sábado, enero 23, 2010

Añonuevo

Me miraba con recelo, tanto como yo a él. Todos tenemos miedo, me repetía como un mantra. Todos tememos perder lo que no es nuestro.

- Aléjate de mí. No quiero que me toques. No quiero que me mires. No quiero que me hables. No quiero que me quieras.

Se levantó de la cama y volvió con un paquete de tabaco. Le robé el primer cigarro. Me lo encendió sin decir nada. Creo que estaba ya cansado de que le quisiera sin quererle y le dejara de querer los días impares para echarle de menos los pares.

- Dormiré en el sofá. - Se levantó despacio, con el cenicero en la mano. Lo pensó un momento y lo dejó a mi lado.

- Llévate una almohada al menos.

Se acercó por ella.
- No es sólo que esto sea un desastre sin sentido. No es sólo que no pueda perdonarte. Teníamos un problema de cama que no te comenté.

Alzó una ceja. Me pone horrores cuando alza la ceja.
- Bien... dime.

Me quedé callada como me había quedado callada durante todo el tiempo anterior. Tardé un tiempo en ordenar en mi cabeza las imágenes de lo que me hubiera gustado que fuera pero no fue.
- Me gustan los hombres dominantes en la cama.

Se volvió a sentar a mi lado, callado, esperando.
- No sé cómo explicártelo... me gusta que lleven la iniciativa, que me aten, que me azoten, que me abofeteen...

Apagó el cigarro despacio. Yo esperaba su reacción de espanto.
- Nunca hice nada de eso contigo porque pensé que no te gustaba, - dijo, sencillamente.
- ¿Cómo dices?
- Solía hacer eso con las mujeres con las que me acostaba. Tú eras diferente. No quería estropearlo.
- ¿Sabes atar?

Asintió y procedió a demostrarlo.

1 observaciones suspicaces:

Todd dijo...

¿Bastó con eso? Es como pedirle al sumiso que te domine. Puede resolver la noche, pero difícilmente resolvería la relación. Claro que, quién está hablando de relaciones...