lunes, marzo 19, 2007

in absentia suma

No sé si mi cabreo es lícito.

Dormía, desperté y a mi pareja le comía la polla otra.

Le miré. Cerré los ojos. Volví a mirar y no era mi imaginación.

Nos despedimos de la gente del lugar y forcé una sonrisa.

En la calle mantuve la compostura unos 10 pasos. Uno. Dos. Tres. Diez. Luego empecé a gritarle exactamente qué se creía que hacía.

Llegamos a casa de día. No sé si era que me empezaba la resaca, pero estuve a punto de abofetearle en la calle. No lo hice y casi me arrepiento. Por tanta decepción. Tanta mierda y tanta tontería.

¿No querías una relación monógama? ¿No eras tú el que quería que no me fuera con otra gente? ¿No eras tú el que decía que yo y sólo yo hasta el fin de los tiempos? Exacto, hasta que le metas la polla en la boca a una rubia oxigenada mientras yo no estoy contigo.

Si yo te perdono. Claro que te perdono. Lo único que ocurre es que ya no confío en tu palabra. La próxima vez que salgas con tus amigos por ahí, ya no me creeré lo que me dices. La próxima vez que vuelvas tarde del trabajo. La próxima vez que me digas que yo y sólo yo. Si lo de menos es la rubia y tu polla y el fondo de su garganta, lo de más es que faltaste a tu palabra en algo que venía a ser importante y sacro. Obviamente, yo no lo soy así que a saber.

A saber: te quiero fuera de casa esta semana.